26 de agosto del 2022.
Sede de la Embajada de la República Dominicana en Costa Rica.
San José, Costa Rica.
Palabras Centrales,
Ponencia sobre el rol de los dominicanos en el exterior y la Puesta en Circulación de los Libros “Diáspora y Desarrollo, Volumen 1 y 2” en San José, Costa Rica
Buenas Noches
Su excelencia, Mayerlyn Cordero Díaz, Embajadora de la República Dominicana en Costa Rica.
Señor Fremo Mejía Canelo, Presidente de la Asociación de Dominicanos en Costa Rica.
Señor Edwin Mercado Pérez, Presidente de la filial del Instituto Duartiano.
Director de la Escuela República Dominicana en Costa Rica,
Valorados miembros de la Misión Diplomática y el Cuerpo Consular, que nos acompañan.
Mis queridos dominicanos presentes.
Amigos de Costa Rica y comunidades emigrantes latinoamericanas aquí presentes.
Para los que no me conocen o bien no saben quién soy, déjenme presentarme. Mi nombre es Rodolfo Pou. Soy arquitecto, autor y filántropo. Pero más importante que eso, soy dominicano y soy producto de la emigración. Criado en gran parte, fuera de mi lugar de nacimiento. De mi cultura. De mi terruño. Soy el hijo de una madre peluquera, nieto de una abuela obrera de factoría y bisnieto de una campesina cocinera. Todas solteras. Todas emigrantes. Ese es quien realmente soy. O por lo menos el producto de ellas cuatro. Si, cuatro. Mi madre, mi abuela, mi bisabuela y mi tierra, República Dominicana. Así me gusta presentarme. Y así es que mejor pueden identificarse, aquellos que me escuchan.
Hace cinco años, cuando inicié mi recorrido por la escritura, definiendo lo que serían partituras didácticas forjadas a través del lente de un dominicano en el exterior, nunca pensé que terminaría publicando libros o dando ponencias. Ni mucho menos se me ocurrió que, podría llegar a interactuar con compatriotas en tierras extranjeras más allá de los Estados Unidos. Sobre todo, les aseguro que nunca me paso por la mente, que Costa Rica podría estar entre esas primeras comunidades de dominicanos, donde iría a conversar y exponer mis ideas.
Sin embargo, la vida y su infinita serie de consecuencias me trajeron aquí. Tanto ustedes, como las mujeres de quien desciendo, todos tuvieron planes antes de partir de su lugar de origen. Un definido y perfecto trayecto que habían ideado. Algo habitual en todo aquel que emigra. Ilusiones definitivas que nunca logran ser. Incluso, ni categóricas. ¿Y cómo? Si las aventuras, nunca han sido capaces de visualizar las secuelas que surgen de conocer gente, lugares y oportunidades nuevas. Por ello es imposible que puedan procesar esos efectos. Y aunque solemos vislumbrar una serie de posibilidades y estructurar cada una de esas brechas de oportunidades antes de partir, a la larga, las consecuencias trazadas por el destino siempre nos premiarán más allá de lo que habíamos planeado u optado por soñar.
Señores, esta noche llego aquí a ustedes, por la misma razón por la que hoy escribo y por lo cual ustedes están aquí en Costa Rica. Por una serie de consecuencias. Y porque no, hasta por coincidencia.
Emigrar, para nosotros, los quisqueyanos, nunca ha sido algo extraño, si lo piensas.
Nuestros indígenas tainos vinieron de cuencas no muy lejanas de este país y las tierras que la avecinan. Es decir, los taínos no eran nuestros, hasta que lo fueron. Y luego allí, en su Quisqueya, tampoco fueron estáticos. No hay mucha historia escrita sobre los miembros de las tribus que existían antes de la llegada de los españoles. Pero si sabemos que emigraban entre las islas contiguas. En la mayoría de los casos, y a pesar de estar separados por siglos, nuestros nativos emigraron hacia otras tierras por las mismas razones que todos los que estamos aquí, optamos por partir de nuestro lugar de nacimiento. Por una mejoría personal, familiar y generacional.
Pero, así como se desplazaron de sus tierras nuestros ancestros indígenas, de igual forma lo hizo siglos más tarde, aquel que forjó en su mente y corazón, la dominicanidad. Él también tuvo que emigrar de Quisqueya. Si, Juan Pablo Duarte. Nuestro prócer ideó una nación y luego tomó los pasos para lograrla. Y a pesar del sacrificio, la entrega, y haber conquistado la idea, entendió que por su bien y el de la Patria idealizada, él debía partir de su República soñada. Y al hacerlo, sin darse cuenta, estando exiliado, emprende lo que sería la primera diáspora. Desde donde supervisó y financió en gran medida la guerra de independencia.
Duarte, el hijo de un emigrante de Cádiz, vivió sus últimos días en Venezuela. Imagínense eso. El ideólogo y prócer de la dominicanidad, además de ser hijo de un exPatriado, fue capaz de crear una nación. Luego sin saberlo, también inaugura su diáspora. Y para corresponder con la infinita serie de consecuencias de aquellos que emigran, el destino lo regresó al mismo lugar de donde muchos antropólogos dicen que provinieron nuestros indígenas taínos.
Duarte nunca pensó que tendría que alejarse de su lugar de nacimiento. Ni mucho menos tener que morir fuera de ello. Al igual que ustedes que nunca pensaron que terminarían viviendo en Costa Rica. Pero la emigración y las consecuencias son algo natural en el dominicano. Por convicción y por lo visto, también por herencia.
Créanme, que comenzar de cero, requiere de coraje. Ya sea para idear una nación o para decidir tener que abandonarla. Eso demanda de un brío y atrevimiento único. Y uno que solo lo tienen los emprendedores, los exploradores y los emigrantes.
Por ello es por lo que el destino siempre ha premiado a los idealistas, los aventureros y los valientes. Aquellos que se atreven, a pesar de todo. Contra idioma, estatus y estigmas. Los dispuestos a enfrentar la incertidumbre a ciegas, o reconocer la discriminación que nunca habían visto. Eso solo lo puede lograr un ser con audacia y valor. Uno que emigra.
Ahora, ¿a qué fue que me invitaron esta noche?
No creo que haya sido tan solo para escucharme desglosar detalles sobre el contenido de mis libros, los cuales además de servir de cimiento para la fabricación de nuestro discurso como dominicanos fuera de nuestra nación de origen, bien pueden servir como fuente de discusión sobre el trayecto que hemos asumido. Pero en realidad, creo que fui invitado para mucho más que eso.
Bien pudiera limitarme solo a eso, y todos salir de aquí conformes y con selfies y el gusto de haber pasado una noche amena, sin embargo, confinarme solo a eso, sería robarles la posibilidad de que adquieran una nueva visión sobre nuestro designio en el porvenir de la nación con la que nos identificamos.
En realidad, estoy aquí esta noche, para recordarles que, a pesar de vivir físicamente fuera de República Dominicana, la nación vive dentro de ustedes. Nosotros, los que vivimos fuera del territorio dominicano, no podemos olvidar que somos los portadores de los mejores valores de Quisqueya. -El trabajo arduo, el peso de la palabra, el compromiso, la entrega, la seriedad, la familia, la fe y la compasión.
Pero además estoy aquí hoy, para asegurarme de que deben comenzar a verse como la mayor y más valiosa reserva de capital humano, económico y político de la nación dominicana. En síntesis, ustedes son parte del patrimonio mas importante que tiene el país y la dominicanidad misma.
Ahora, ¿a qué fue que vinieron ustedes?
No esta noche, sino a Costa Rica. Y se los pregunto seguro de que, aunque aún no lo hayan procesado, la respuesta está más atada a las generaciones futuras y al desarrollo de la nación dominicana, que al beneficio individual que cada emigrante ve inicialmente, cuando parte de su país.
Pudiéramos decir que ustedes están aquí, por las mismas razones que mi bisabuela emigró de Tamboril a Santiago y luego a la Capital; o por los mismos motivos que mi abuela partió de Santiago a la Capital y luego a New York. Y porque no, ustedes viven aquí, por las mismas motivaciones por lo cual mi mamá partió desde la Ciudad de Santo Domingo hacia Nueva York y luego a Miami. Cada una de esas mujeres lo hizo por las oportunidades de emprendimiento y accesibilidad a una mejor calidad de vida. Congruencias que más que capaces de impactar el presente, redefinía el estatus social en una sola generación. Ese es y ha sido el único motivo por el cual siempre hemos emigrado. Esa es la explicación que siempre hemos admitido. Incluso es la que todos hemos aceptado a primera vista. -Que la razón por lo cual partimos como individuo o como pueblo, lo es para alcanzar un bienestar personal y familiar.
Es cierto que llegamos a estas nuevas tierras con sueños de crecimiento y buenaventura que creemos capaces de aniquilar la pobreza intelectual y económica en una sola generación. Motivación suficiente para cualquiera que se ve limitado por las ofertas presentes y está valorando la estabilidad personal y el futuro con optimismo.
Sin embargo, en nuestros pueblos siempre han visto a los que han partido, como unos inconformes y arriesgados que quieren escapar su realidad diaria. De malagradecidos hasta de ilusos nos han tildado, por soñar más allá de los arrecifes. Como si culpáramos el país por nuestra desdicha. Cuando no hay cosa más ajena a ello. El país no le falla a nadie. Puede que sus instituciones, sistemas sociales y hombres le hayan fallado, pero nunca el país. Nosotros, los que hemos partido físicamente lo hemos hecho porque las ofertas que promete la nación en un debido momento no están al alcance de nuestras aspiraciones o capacidades. Así de simple. No porque sentimos desinterés por el futuro del país.
Lo cierto es que, a pesar de olas de emigración en los ’80, los ’90 y a inicio de siglo, los dominicanos hemos estado partiendo del territorio nacional desde siempre. Esto no es algo nuevo ni algo que terminará en cualquier momento, por bien o mal que nuestra nación o nosotros de manera individual aparentemos estar. Y sin importar el descontento o ilusión que podamos sentir por un partido político o por otro en un debido momento. Porque desde sus inicios, e incluso desde antes de llamarnos dominicanos, ya estábamos emigrando.
En algún momento lo fue por la seguridad personal, como cuando el indio Hatuey y sus acompañantes optaron por irse a Cuba, huyéndole a las masacres españolas, o como sucedió con las generaciones exiliadas a causa del Trujillismo y los doce años de Balaguer. Ambas separadas por siglos, pero respondiendo a la misma motivación. La seguridad personal.
Sin embargo, la motivación de las últimas cuatro décadas ha sido una atada al componente monetario y profesional. Pero a pesar de que ambos son motivos extraordinarios y justificables, el tiempo nos ha mostrado que la decisión de ausentarte de tu país y aventurar hacia sus afueras, guarda un mayor propósito. En realidad, todo aquel que parte de su nación de origen lo ha hecho por mucho más que la falta de seguridad o la mejoría económica. El gesto guarda un designio alineado con el corazón, que nos confirma que indirectamente, y sin darnos cuenta, todos hemos salido para hacer de República Dominicana un mejor pueblo y una mejor nación.
A eso fue que vinimos. A engrandecer su democracia, a ampliar sus libertades, a expandir su desarrollo y a incrementar su posibilidad. Porque la Patria también es uno. La Patria también es familia.
El sentimiento de pertenencia a algo más grande te llega cuando más allá de pensar en ti y los tuyos te llega el momento de claridad y es ahí que entiendes que en realidad viniste a hacer de dominicana un mejor lugar. Cuando por tu mente cruza el querer aportar más allá de tu familia de sangre, para ofrecerte a tu familia de nacionalidad. Ahí es que alcanzas madurez filantrópica de pertenencia. Justo cuando interpretas que tu fortuna no es tu dinero, sino las riquezas atadas a tus relaciones e intelecto; a tu capacidad de diligencia y de conexión; al emprendimiento en negocios o la educación superior de tus hijos y nietos; a disponer de tu tiempo para obras sociales de importancia y a aceptar que las cosas no se hacen porque te estimulan económicamente, sino porque son necesarias. En ese momento donde valoras que la causa es superior a tus intenciones iniciales, es que entonces te llega. Que los valores que portas siempre han definido la dominicanidad. -El vivir en comunidad, el velar por el prójimo, la entrega a la familia, el orgullo de un trabajo bien desempeñado, el peso de la palabra, el amor a la Patria y la compasión. Todos, pilares de la dominicanidad que juntamente con tu nueva aceptación de ser el velador de tu nación de origen y la dominicanidad en el extranjero, acaban de modificar tu propósito de uno personal y familiar a uno nacional.
¿Y como puedo ser yo, un ente de desarrollo para mi país?, te preguntarás.
Bueno, les reitero que los caudales del patrimonio de la diáspora son incalculables, y van más allá de los insostenibles US$10,000 millones que el año pasado recibió el país en remesas y que aún siguen llegando. Incluso, más allá de las evidentes inversiones en apartamentos que también hemos estado haciendo los dominicanos en el exterior. El real patrimonio al que me refiero estará a la disposición de la Patria cuando los canales de inclusión se definan de manera clara y el rol de los que vivimos fuera, en el futuro del país, ya sea en lo social, en lo económico, en lo intelectual y en lo político, se defina.
Respectivamente, los que nacimos allá, ya podemos votar aquí en el extranjero. Pero los nacidos fuera, que se sienten dominicanos, deben valorar de manera urgente, esa segunda ciudadanía tricolor y hacer todo lo posible para lograrla. No es difícil ni costoso, pero les aseguro que si es necesaria. Porque si ha de influir sobre el desarrollo democrático de República Dominicana, hay que incidir con el voto. Sea a un Diputado de Ultramar o a un Presidente. Que entiendan que vivimos en lugares donde hay estados de consecuencias y que las leyes se respetan, algo que queremos para nuestra Quisqueya. Que nuestro voto tiene fuerza y que con ellos vienen otros elementos de exigencias más allá de tener un país moderno. Reclamaciones en favor de una nación justa y llena de compasión gubernamental. De administraciones dispuestas a abandonar el clientelismo, por la inversión en la educación y el pragmatismo populista por la planificación honesta.
Este es un buen momento para lograr esa ciudadanía dominicana, si naciste fuera del territorio nacional. Lo es, porque es justo ahora, cuando la diáspora dominicana tiene todo el interés de pasar de una filantropía caritativa a una filantropía de inversión, es imperativo tener esa ciudadanía y forzar a que se trabaje en definir esos canales de inclusión. Saber que, aunque te puedes desahogar en un chat, también lo puedes hacer en una urna, eso es un poder determinante. Así que motiven a sus familiares nacidos aquí, a que se hagan ciudadanos. Como por igual, hagan de sus hijos menores ciudadanos dominicanos también. De lo contrario, si esa población que vive fuera y se identifica como dominicano, llega a una cuarta generación sin un vínculo real con el país, mínimamente el de la ciudadanía, créanme que todo su potencial y patrimonio de riquezas que guarda en favor del desarrollo se perderá por siempre.
¿Pero cuáles son esas riquezas de las que hablas?, se preguntarán.
Los negocios y las propiedades residenciales o comerciales que poseemos, las cuales a su vez guardan capital en forma de valor, es una riqueza de la cual no se habla. O, por ejemplo, nuestra capacidad crediticia personal o empresarial. Imagínese que nosotros pudiéramos transferir ese puntaje crediticio en favor de proyectos personales o para el país. O ser inversionistas de grandes proyectos mediante bonos exclusivos de la diáspora, como lo hace el gobierno de Israel, para construir toda la infraestructura vial y de transporte del país.
Pasemos a las riquezas culturales que tenemos por ejemplo en los Estados Unidos y que aquí en los próximos diez años también la tendremos. Desde figuras públicas en los órdenes de las artes, el entretenimiento, la música, deportes y la comunicación. Llenando salas de exhibición, salones de bailes, canchas, estadios y frecuencias televisivas o radiales. Todas riquezas y todas nuestras, de la diáspora. Espérenlas. Si no es que ya están aquí, en menos de diez años lo verán.
Pero las más determinantes de las riquezas que portan las diásporas son las adquiridas en las aulas de los centros de estudio y en los pasillos donde se deciden los futuros empresariales, corporativos y políticos, de las comunidades donde vivimos.
Los dotes intelectuales, de investigación y conocimiento creativo, científico, técnico y profesional, complementado por una ola de presencia corporativa y técnica en altos rangos de las más importantes empresas o los escaños políticos aquí, o en otras diásporas como las de Puerto Rico, de Panamá, de México, de Estados Unidos, de España, de Italia o donde sea que estemos como comunidad, son las más importantes riquezas de nuestro patrimonio.
Seamos una diáspora de mil ciudadanos o de un millón. Eventualmente vamos a echar raíces y nuestros hijos van a ser jueces, policías, maestros, ingenieros, gerentes y hasta políticos, en estos países que nos han aceptado. Y eso es parte de la riqueza. Aquella que llevas en ti, que aportas a tu nuevo lugar de residencia e indirectamente al patrimonio de tu nación de origen.
Ahora, ¿Cuál es tu rol en República Dominicana o la dominicanidad?, te preguntarás.
Decirles que en mis palabras logren encontrarse es limitar esta velada a una vaga lección y a la arrogancia de un invitado que tiene un micrófono de frente. Lo valioso de esta noche es que, ustedes puedan salir pensando en una nueva forma de cómo se le ve y como pueden ustedes verse a sí mismos. Entender que, sin nosotros, los de fuera, los ausentes, los emigrantes, la Patria no puede alcanzar su máximo potencial. Eso es fundamental, para asimilar lo que hemos hablado hoy y lo que mis libros dictan.
Esos libros van más allá de ser las opiniones de Rodolfo Pou el emigrante dominicano que se crio entre Miami y Santo Domingo. En el contenido de los libros se registra una ambiciosa óptica, fortalecida por el interés de cederle a los inmigrantes dominicanos y porque no, a los latinoamericanos que viven fuera de su terruño, un discurso acorde con el enriquecedor roce cultural al que han sido expuestos.
En cada Capítulo plasmo ideas innovadoras, vistas a través del lente de un dominicano que vive físicamente en el exterior del territorio nacional, pero con un sentido regional, que va de lo social a lo económico, de las relaciones exteriores a la política interior; de las instituciones a sus titulares, como de culturas ajenas a otras compartidas. En fin, una exposición vasta sobre quienes somos, aquellos que viven fuera de sus naciones de origen.
Estos documentos de por si, deben servir de cimiento para la fabricación del pensamiento de inclusión que se considere en favor del desarrollo de los dominicanos que viven fuera de República Dominicana pero que se ven como un valioso instrumento de transmisión de capital humano, económico e intelectual.
Con humildad, cedo que los considero importante, si queremos cambiar la forma en la que hablamos y pensamos. Como nos proyectamos y como nos visualizan. Mas que como ausentes, como comprometidos. Porque si algo aprendí al escribir estos ensayos, es que la dominicanidad no está sujeta a los arrecifes del territorio que la define geográficamente.
Somos una masa potente. Capaz de determinar unas elecciones y la economía del país. Capaz de definir el crecimiento laboral y la seguridad nacional. Por ello debemos ser actores de ese capítulo de desarrollo que requiere la nación dominicana. Ante todo, comenzando por ser la buena cara del país, aquí en Costa Rica. Y con ello, los portadores de nuestros mejores dotes como diáspora, en esta gran nación costarricense que les ha recibido.
Se que ustedes aquí son una comunidad pequeña y relativamente joven en estadía. De un puñado de miles y de un puñado de décadas. Aunque creo que el tamaño y el tiempo no define su alcance si la visión de ser mejores a manera individual hace de tu nación de origen y esta, una mejor.
No tengan miedo en echar raíces y llamarse dominico-costarricense. Los valores de este noble país de Centroamérica son dignos de emulación y orgullo. Escogieron ustedes una gran nación a donde venir en busca de sueños.
Y entregándose por completo al sacrificio, entonces comiencen a visualizarse como parte de esa gran fuente de inversión hacia República Dominicana. Ya sea vía las factibles propuestas de Bonos de la Diásporas o los Fondos Fiduciarios y de inversión capaces de capitalizar cualquier proyecto de infraestructura, salud o educación, sin que el país tenga que salir a buscar prestado. Visualícense como el depósito intelectual, capaz de generar nuevas patentes, invenciones, registros de marcas que fortalezcan el patrimonio intelectual de aquí y de allá. Visualícense como la mayor fuente de posible transmisión de conocimiento y experiencia, para fortalecer nuestras instituciones, empresas privadas y eliminar la corrupción.
Evolucionen y defínanse juntos. Los de aquí y con los de allá. Como un solo pueblo. Como una sola nación. Diferentes pero iguales. Exigiendo con derecho su lugar y su rol, en la Patria de la cual se siente ser. Con respeto, con astucia, con responsabilidad y con altura.
Señores. En cierto modo nuestras historias se parecen mucho.
Cuando inicié mi recorrido por la escritura, nunca pensé que terminaría interactuando con compatriotas en Costa Rica. Tampoco lo pensó la peluquera, la obrera de factoría y la campesina cocinera. Aunque sí estuvieron claras sobre la vida y su infinita serie de consecuencias trazadas por el destino y como siempre esta nos premia más allá de lo planeado. O como bien fijó Cervantes al decir, “Como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposible. Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.”
Se que en sus vidas también existieron esos sacrificados que tuvieron la visión de entender que la expiación no era su recompensa para cobrar, sino una para ceder hacia adelante. Que, aunque el dominicano siempre ha sido un emigrante, en realidad nadie realmente emigra. Pues los sueños no tienen fronteras.
Lo pensó Hatuey al escapar hacia Cuba para avisarle a los indígenas de esa isla, el peligro que les venía. O Juan Pablo Duarte al forjar la República que nos terminó por definir como dominicanos. O a ustedes, que con el solo hecho de ser y estar aquí esta noche, confirman que la dominicanidad no está limitada por los arrecifes que la define geográficamente. Sino por los valores que aprendieron cuando niño y que aun guardan en el pecho.
Señoras y señores, he sido invitado aquí esta noche, no para desglosar detalles sobre el contenido de dos volúmenes compuestos por más de cien piezas escritas a través del lente del dominicano en el exterior, sino para recordarles que, la Nación que todos soñamos, aún existe.
Buenas Noches.