Cuando no sabes cómo corresponderle a alguien a quien le agradeces infinitamente o con quien sientes tener compromiso, lo mejor es fijarlo en palabras y por escrito, no en trances insensatos y vacíos que no trascienden ni están a la altura del acto que lo ha motivado.

Pero para que ello sea noble y franco, es preciso que el receptor conozca su valor. Y que entienda el porqué del decoro. Solo así podrá reconocer si lo que está recibiendo está a la altura de lo que merece o si el gesto es uno obrado con el solo hecho de justificar que ha cumplido.Cuando desconoces lo que vales, otros son capaces de ponerte precio y tu agradecido, lo aceptas.

En noviembre del 2018 publiqué un artículo de opinión en los periódicos dominicanos, el cual luego fue reproducido en otros medios latinoamericanos, titulado: “El precio de todo y el valor de nada”. Allí, tomando las palabras de Oscar Wilde como ensayo de una conversación de luchas ideológicas, donde se burlaban de los valores convencionales y estereotípicos del hombre de su época y el doble código que la sociedad le aplicaba a la mujer (a quien se le visualizaba como una ciudadana de inferior categoría), noté la similitud de la época en la que fue escrito con la que actualmente agotamos. Una donde nuestras sociedades, a pesar de en momentos de lucidez, ser expertas del valor de las cosas, continuamente opta por el inestimable determinante de ver sentido en saber el precio de todo.

Traigo esa experiencia a colación porque paradójicamente en ese artículo y su título, acopio la misma “ligera” impresión que justo ahora estoy guardando en las cupulas sociales y las dirigencias políticas de República Dominicana, las cuales, por ignorancia o desidia, no terminan por valorar la diáspora dominicana en su justa dimensión. Veo que se nos cita siempre con cifras, nunca con calidades. “Que los dominicanos en el exterior son tantos y que envían tanto”. En sus acciones e interpretación de nuestro lugar en la sociedad y porvenir dominicano, es evidente que su visión es una más atenta a determinar el precio con el que pueden justificarse como cumplidos, que disponer del esfuerzo necesario para corresponder al valor que poseemos.

Los dominicanos residentes en el exterior han llegado a un punto donde el poder político y comercial alcanzado en las naciones donde radican, su potencial incidencia sobre las elecciones dominicanas futuras y los acreditados aportes económicos vía la remesa, lo colocan como el mayor y más influyente capital y recurso socioeconómico y hasta político, de la República Dominicana. Todo eso, sin aun estar plenamente incluido en los planes de desarrollo de la nación.

Por años utilicé el término “reserva”, cuando me refería a la viabilidad de los dominicanos en el exterior, pero desde el pasar de la pandemia, las diásporas, y en especial la nuestra, han pasado de ser un pasivo a un activo. Fundamentales para sus naciones de origen y sus planes de desarrollo.

Citar cifras actuales sobre concentración poblacional o fijar tendencias participativas o montos de remesas, resulta absurdo y tan solo serviría para fechar este escrito y limitar la relevancia del argumento, a lo que ya he establecido como el acto desconectado de las cupulas sociales, económicas y políticas del país dominicano. Las evidencias que confirman el impacto de las diásporas sobre sus naciones de origen van desde África hasta el Caribe, y trascienden los titulares de publicaciones de medios electrónicos y los estudios elaborados por técnicos de organismos internacionales. Por ello encuentro innecesario citar lo evidente. Lo que ya todos saben. Prefiero aludir a la falta de políticas públicas y privadas reales, las cuales han sido incapaces de visualizar la inclusión de los capitales de la diáspora por su valor e insisten en limitarlas a lo que consideran su precio.

La capacidad de impacto que el dominicano en el exterior pudiera tener sobre la realidad de su nación de origen es una tan latente, que más que ser vista como oportuna y digna de bienvenida, por cómo reaccionan y proponen los líderes y estamentos privados y públicos, parecería que la misma es un inconveniente.

Y utilizo ese término de “inconveniente” también de manera ligera, pero con un tono tajante. Durante décadas, las deudas y obligaciones contraídas por el país dominicano por vía de las desinteresadas contribuciones económicas y democráticas hechas por la diáspora dominicana, y las cuales debían ser liquidadas en el futuro que ya les llegó. Estas solo pueden ser resueltas y saldadas si ese pasivo es asumido como un activo real. Un beneficio o rendimiento presupuestable social, participativo y económicamente a favor del desarrollo de la nación dominicana. Y no el placebo que se nos está recetando.

Parecen ignorar el movimiento internacional que existe con el tema de las diásporas y la docena de estudios y proyectos de inclusión social, económica y política que se han forjado con las naciones en vía de desarrollo. Incluso, informes que se han elaborado juntamente con las mismas autoridades técnicas de Republica Dominicana a lo largo de la última década. Consultas, congresos y conferencias, estudios y propuestas, todos forjados con nuestros técnicos especializados en cooperación internacional y planificación, los cuales se encuentran frustrados, viendo que luego de laboriosas y creativas sesiones de trabajo durante años, para crear mecanismos y espacios de inserción e inclusión, mediante la innovación y la inversión, que estos se vean engavetados porque a primera vista no ofrecen elementos que puedan prestarse para ser utilizados de manera proselitista y política. Optando entonces, por lo típico. Y ahí el enfoque de este escrito.

¿Somos culpables de lo que se nos ofrece?

Ya he fijado que no hay ningún otro motivo más allá de la ignorancia, la politiquería y la desidia, para no querer proponer vías reales de inclusión de los capitales de la diáspora dominicana para con su nación de origen. Pero cuando un segmento de la población dominicana en los Estados Unidos se ve receptiva al coqueteo de ideas huecas sometidas por dirigentes y políticos sin capacitación técnica y sin tiempo para procesar los hallazgos de estos, hay que preguntarse, ¿Somos culpables de lo que se nos ofrece?

Rótulos.

Que ideas como que la designación de una de las vías de tránsito de los pueblos del país, sean designadas y rotuladas como “Calle de Los Dominicanos en el Exterior” puedan calar como un logro a favor de la diáspora, me aterroriza. Que cualquiera de las partes pudiera sentirse satisfecho con la formulación de tan miope propuesta, dicta la incomprensión del valor. Incluso de ambas partes. Ese acto no solo confirma la estrechez de visión la que pueden tener algunos políticos dominicanos en la isla, sino que también oferta la ignorancia del receptor sobre su valor.

Sería más efectivo y acorde con el concepto de inclusión, el motivar a que las Asociaciones de Pueblos en Estados Unidos sean aliados como fuentes de transmisión de conocimiento hacia las entidades locales de esos pueblos con los que se identifican. O incluso, ser partícipe de un proyecto de inversión en el desarrollo de una vía de transito de importancia para la comunidad misma.

Cursitos.

Pero no nos detengamos ahí. Pasemos a una reciente oferta por parte del Instituto del Dominicano en el Exterior INDEX, cuyo objetivo principal es desarrollar programas, proyectos y acciones para promover la defensa de los derechos de los dominicanos en el exterior y fortalecer sus vínculos con el país y con sus comunidades de origen. Una entidad, que le aseguro que nueve de diez dominicanos en el exterior desconoce y la cual aún no tiene un plan general que implementar.

Ofertar charlas o cursos al margen, sobre marketing digital o finanza personal, a los dominicanos en el exterior por vía de un intercambio de una hora en ZOOM, solo me confirma que sus directivos desconocen la demografía de la diáspora. Y ahí lo dejaré. Una propuesta que solo se presta como la típica dádiva proselitista. Dar por el hecho de dar. Hacer por el hecho de hacer. Pero totalmente ajena a una programación que haya resultado de un propósito especifico o de un programa general que ha resultado de una consulta extensa a la diáspora misma. Pero no. Ofertando sin asimilar los insumos. Sin entender el alcance de las riquezas de la diáspora como colectivo. Parten del concepto de que la Republica Dominicana lo que hace aún es exportar mano de obra barata y no talento especializado es ignorante y ruin.

Hasta que no se establezca la “Política Pública de la Diáspora Dominicana” seguirán proponiendo programas sin fundamento y sin propósito. Si el INDEX está interesado en lograr un trabajo acorde con su objetivo, que abandone la promoción de propuestas sin trascendencia y en el mejor de los casos, promueva un gran diálogo entre los miembros y organizaciones de la diáspora para determinar sus intereses, necesidades y canales de acción y así evitar ser el emisor de ideas sueltas que por años han sido generadas sin base y con la excusa de querer hacer algo por el solo hecho de hacer.

De la mano de estas iniciativas ilógicas, recientemente vimos al INFOTEP, crear programas de capacitación a dominicanos que piensan emigrar. Una medida ajena a su misión y para colmo, lo absurdo de querer capacitar a los dominicanos que están a punto de emigrar, en vez de asegurar la capacitación de las decenas de miles de jóvenes que requieren entrenamiento para entrar a un primer empleo o aprender una carrera técnica.

Aranceles.

Vayamos ahora al punto de la eterna oferta de reducción de aranceles a las importaciones que pudiera traer el dominicano residente en el exterior, como parte de su mudanza de retiro. Que si una mudanza cada cinco años o cada siete. Que si el vehículo no debe tener más de cinco años o que si lo ajustaremos a más. Pudiera citar una docena de gestos similares a estos en los últimos años, los cuales surgen entre políticos y miembros de la sociedad dominicana que guardan afán en querer ponerle precio al valor de los dominicanos en el exterior. Es lamentable querer fijar políticas como nuevas, reciclando legislaciones que tienen más de medio siglo de haber sido implementadas. Alterando un año aquí y un porciento allá, buscando ser relevantes y guardar vigencia con una comunidad que aún no ha fijado de qué forma piensa activarse en el porvenir de la patria.

Espejitos.

Solo he resaltado tres o cuatro propuestas para denotar el desinterés por reconocer el valor del dominicano en el exterior y la insistencia en fijarles un precio. Pero si deconstruyes esa misma visión, pero como una propuesta colectiva, entonces serás capaz de identificar que corresponde a un intercambio de espejitos por oro.

El espíritu es el mismo en todas las dependencias y en sus programaciones. Presentar métodos o programas de inclusión para las diásporas dominicanas, que proyecten gran interés y apego, pero que a su vez no guarden gran trascendencia. Llenas de respuestas desconectadas que no responden a ninguna misión y visión acorde con los potenciales de la nación y los intereses de quienes finalmente lo expongan.

Si la diáspora tan solo fuera valorada por la remesa que emite y con la cual impacta las economías y el bienestar de las comunidades y barrios de la República Dominicana, pensarías que hace rato que debió llegar una pronunciada oferta de participación y mayores espacios sociales, políticos y de inversión. Pero eso no es lo que hemos visto. Ni visualizamos que actualmente esté sobre ninguna mesa de trabajo.

Está en tus manos conocer tu valor.

Así como sucedió con el voto en el extranjero, las Diputaciones de Ultramar, la doble ciudadanía y el puñado de Artículos en el que aparecemos en la más reciente Constitución, está en nosotros, la diáspora, los ausentes, los de fuera, los de los países, asumir y definir nuestro rol en los planes de desarrollo político, económico, cultural y social de nuestra nación de origen y el método para lograrlo.

Ser partícipe de un proyecto de desarrollo de nación, teniendo los recursos que la diáspora posee, supera con creces la designación de rótulos, cursitos de capacitación y mejores aranceles. Aceptarlo como hecho es irresponsable. Creer que corresponde de alguna forma con el valor que guardamos, es ser ignorante.

Los dominicanos en el exterior ya no somos la gran reserva de los dominicanos. Somos su mejor activo. Deudas y obligaciones contraídas por el país dominicano por vía de las desinteresadas contribuciones económicas y democráticas que hemos hecho a través del tiempo. Y si ha de considerar como agradecer el compromiso, preferimos que se haga en palabras y por escrito, más que en trances insensatos y vacíos que no trascienden ni están a la altura del acto que lo ha motivado. Conscientes de que conocemos nuestro valor. Porque las luchas ideológicas que se burlan de los valores convencionales y estereotípicos de las sociedades y el doble código que les aplica a sus comunidades en el exterior, no tienen espacio en el mundo de Wilde ni en el del futuro de la Patria. Ya sea con rótulos, cursitos, aranceles o espejitos.