En la vida, querer pertenecer no es tan importante como el ser aceptado.

Hace tres años, en el Primer Volumen de Diáspora y Desarrollo, presentamos un escrito que llevaba como título: Los Dominicanos y Los Demócratas. En él fijábamos la historia de la diáspora dominicana en los Estados Unidos con ese partido político, haciendo énfasis en los más importantes aspectos de la relación. Desde afrontar el sentimiento de disgusto, producto de las invasiones a República Dominicana por administraciones demócratas en el ’16 y el ’65, hasta el acercamiento del Partido Revolucionario Dominicano -PRD. Y por igual, el cómo las partes han logrado coexistir, superando las disparidades de la organización con la cultura paternalista, tradicional y a veces clasista de los dominicanos. Si algo salió de ese escrito, es el hecho de que los dominicanos pueden estar dispuestos a guardar ciertos orgullos y valores culturales, si el propósito de causas mayores lo presenta un país que lo acoge estimándolo más allá de sus riquezas o carencias.

Desde entonces, la gran mayoría de los dominicanos residentes en Estados Unidos, se identifican con el partido azul, de plataforma liberal, progresista e incluyente. Y fijamos que la gran mayoría, porque ninguna población es políticamente monolítica. Ni la cubana, ni la mexicana, ni la puertorriqueña. Incluso, tampoco la nuestra. Y a pesar de que me identifico con los valores y la línea política demócrata, en realidad guardo cierta postura conservadora y pensamiento independiente. No obstante, así como escribí aquel trabajo sobre los dominicanos y los demócratas, para ser justo y darle luz a la gama política de los dominicanos en el exterior, también debía tallar este, sobre el otro lado de la moneda partidista. Y al hacerlo, ser lo más imparcial posible.

Diferentes antes. Diferentes ahora.

Los partidos Republicano y Demócrata que rigen la política de los Estados Unidos de hoy, son centros de intereses, compuestos por estructuras centenarias, que con el tiempo han pasado de un lado del espectro ideológico, al otro. Por ejemplo, el Partido Demócrata de hoy, en nada guarda referencia con el que fundara Tomás Jefferson como Democratic-Republican Party y que luego se fragmentara al Democratic Party que conocemos hoy. Ese quiebre llegaría en 1828, con la presentación de la candidatura presidencial de quien luego llegara a la Casa Blanca, Andrew Jackson.

El Partido Republicano no surge de esa fragmentación. La organización de hoy es la evolución del Partido Whig, y que se formara en 1834 para oponerse a la «tiranía» del presidente Andrew Jackson, quien se había mostrado incapaz de hacer frente a la crisis nacional sobre la esclavitud.

Para 1854, los Whigs antiesclavistas habían comenzado a reunirse en los estados del medio oeste superior para discutir la formación de un nuevo partido. De ahí surge el Partido Republicano conocido aun como el G.O.P. “Gran Partido Viejo” (por sus siglas en ingles Grand Old Party). A manera de visión y valores políticos, al partido de Abraham Lincoln, solo le queda el nombre.

Ambas estructuras se encuentran hoy, ideológicamente opuestas a donde se hallaban en su momento de origen político y electoral.

Pensar que figuras como el progresista presidente Teodoro Roosevelt o el activista de derechos civiles Martin Luther King pudiesen ser republicanos, nos tomaría de sorpresa. ¿Pero qué me dice sobre el religiosamente conservador expresidente demócrata de inicio de siglo Woodrow Wilson? O quienes hasta ayer fueran la cara del Partido Republicano, el expresidente Ronald Reagan, que en sus estrenos políticos fuera demócrata. Definitivamente, estas organizaciones no guardan los valores que dieron causa a su creación.

Fijo estas disparidades para entender que los partidos políticos en los Estados Unidos siempre han sido estructuras cambiantes, con líneas de pensamientos acordes a valores que están más atados a intereses que a la ideología sobre lo cual se fundaran.

El Partido de hoy.

Hoy la plataforma del Partido Republicano de los Estados Unidos es de carácter derechista y se basa generalmente en el conservadurismo estadounidense, en contraste con el liberalismo moderno del Partido Demócrata. Aunque sus posiciones han evolucionado con el tiempo, en la actualidad, el conservadurismo fiscal del partido fija un notable apoyo a impuestos bajos, capitalismo dictado sobre el libre mercado, desregulación de corporaciones y restricciones a la creación de sindicatos.

El conservadurismo social del partido se define mayormente por el apoyo a los derechos de armas y otros valores tradicionales sobre una base cristiana y un arraigado énfasis en restringir el aborto. En política exterior, los republicanos suelen favorecer un mayor gasto militar y acciones unilaterales. Otras posiciones incluyen restricciones a la inmigración, oposición a la legalización de drogas y apoyo a la elección individual sobre que escuela asistir.

Entender esa descripción es prácticamente definir tres cuarta partes de los valores políticos y sociales de muchas naciones latinoamericanas. Sin embargo, los elementos de sindicatos laborales, la inmigración y la percepción de una actitud excluyente hacia minorías, ha sido suficiente para mantener a muchos hispanos residentes en Estados unidos, alejado de las filas republicanas. Incluyendo a los dominicanos.

El desbalance.

Según nos indica un reciente estudio del Pew Center, “los hispanos ciudadanos de los Estados Unidos y registrados para votar, se afilian al Partido Demócrata sobre el Partido Republicano por un margen de más de dos a uno”. Poco más de seis de cada diez votantes hispanos (62%) se identifican o se inclinan por el Partido Demócrata, en comparación con el 27% que se identifica o se inclina por el Partido Republicano.

Las comunidades latinoamericanas residentes en Estados Unidos cuya mayoría de miembros se identifican como republicanos, guardan un común denominador. Estas son procedentes de países que están bajo autoridad socialista o dictadura de izquierda. Naciones que presentan inseguridad económica y democrática. Dígase, los cubanos, los venezolanos, los nicaragüenses y más recientemente los bolivianos, argentinos y ecuatorianos. Y para asegurar esa simpatía, en las contiendas y discursos políticos de los republicanos, en las últimas décadas, pero con mayor énfasis en los último diez años, al Partido Demócrata se le refiere como “la izquierda”. Inicialmente los analistas la definían así, como abreviatura de su línea de pensamiento liberal, pero desde la elección de Bill Clinton, el mote guarda una aterrorizante insinuación socialista, la cual los republicanos cada vez más han estado utilizando como adjetivo pavoroso, a la hora de contar con el voto hispano.

Los dominicanos.

A pesar de la izquierda valiente y libertadora que llevamos los dominicanos en la sangre y el pecho, no es menos cierto que también llevamos otra de derecha, igualmente valiente y libertadora. Una derecha que inadvertidamente se confunde con racismo, por su arraigada postura anti-haitiana y su histórica atadura al caudillo y su sucesor.

No obstante, la inmensa mayoría de dominicanos que llegaron durante décadas a los Estados Unidos no mostró inclinaciones de manera inmediata hacia los republicanos. Lo natural era acercarse a los demócratas, pues ahí estaban los nuestros. Por ello, al llegar, ni curiosidad presentaron por aproximarse a esa organización, a pesar de que existían motivos y estímulo para ello. La mayoría de ellos lo hizo con el tiempo. Más por alguna mala experiencia interna o alguna decepción que recibieran de los demócratas. O simplemente por el hecho de no encontrar lo que buscaban en la organización azul, más que por que se visualizaban como derechistas americanos.

A pesar de que es evidente que la política exterior de los Estados Unidos hacia Latinoamérica no es una cambiante, es decir que, aunque haya cambio de administración, esta rara vez cambia, la mayoría de las diásporas hispanoparlantes que residen en Estados Unidos quieren una política exterior hacia su nación de origen, con la cual se puedan identificar. Una que refleje sus preocupaciones con el tráfico de drogas y armas, la necesaria justicia independiente, la corrupción política y la falta de seguridad. Que sea una política exigente, pero cooperante. Firme, pero sin atropellos a la soberanía.

Reitero que, cada vez más, el paralelismo entre la política dominicana y la americana, planteada por el Partido Republicano, da señales de que esa certeza de que ‘los dominicanos todos son demócratas’ puede eventualmente mostrar fisuras. Para señalar algunas, tomemos como: la inmigración ilegal por parte de los haitianos; un muro fronterizo; favorecer un mayor gasto militar y los valores tradicionales, forjados alrededor de una base cristiana, son parte de la plataforma Republicana y en gran parte también lo es de la nación dominicana. Así que, es evidente que la posibilidad de que con el tiempo haya un mayor y más significativo crecimiento en la participación dominicana dentro del G.O.P., si esta organización opta por capitalizar la conexión de sus políticas con el voto dominicano.

Postulándonos.

Rara vez encontraras a un dominicano en una boleta electoral como candidato republicano, pero de vez en cuando uno de los nuestros, en busca de espacio propio o disgustado con los demócratas, opta por postularse como republicano. Y conste, que lo hace sabiendo que no podrá contar con el voto de los nuestros.

Tomemos esta muestra. Para resaltar un aspecto de mi tesis, el reconocido dominicano Fernando Mateo, quien se hiciera famoso en los noventa por ser la cara del sindicato de taxistas de New York y por su caritativo trabajo social de intercambiar armas de fuego por juguetes. Él es una figura muy conocida, con profundos vínculos en las comunidades latinas y de inmigrantes, que cualquier partido quisiera tener en sus filas representativas.

Ahí el ejemplo. Mateo ha optado por conquistar la nominación republicana a la alcaldía de la ciudad de Nueva York en las primarias del verano de 2021. Y su expresión pública, la cual fuera captada por el New York Post, resalta parte de la tesis que fijo sobre como los dominicanos se acercan a los republicanos cuando guardan descontento con los demócratas. Y cito, “…acuso a la cúpula del Partido Demócrata de Nueva York de inclinarse demasiado hacia la izquierda y ayudar a los delincuentes en lugar de los ciudadanos y víctimas respetuosas de la ley.”

Tomemos esta otra muestra. Para las elecciones que se celebrarían en noviembre del 2018, meses antes, Mayra Joli, una abogada dominico-americana de la ciudad de Coral Gables en el Estado de la Florida, la cual años previo se expresara públicamente como demócrata, presentó una precandidatura congresual como republicana, por el vacante distrito 27. Las razones de esa postulación puede que estén más acorde con influencias externas y familiares que con el hecho de descontento o sentimiento de derecha que portamos los dominicanos. Poco después, Joli optaría por cambiar su definición partidista a “Independiente” y así evitar la reñida contienda interna de los republicanos.

Lo entiendo más de lo que se imagina.

Y para complementar mi enfoque, me he acercado al administrador en asuntos hidráulicos y de construcción, el dominico-americano Roddy Gómez, residente del sur de la Florida, y que una vez se identificara como demócrata, pero desde hace varias administraciones, lo hace como republicano. Me asegura Gómez, a manera de metáfora y como el hombre de infraestructura que es, que, “a veces los dominicanos tomamos un carril cualquiera, sin asegurarnos de la condición de la carretera”. Partiendo de esa idea, me cede puntos de vistas que van más allá de sentirte atraído a un partido por sus posturas o porque que es la opción contraria al que te defraudó. Su parecer lo fijó alrededor de la experiencia cubana, la cual me la describe como una que supo ser minoría de punta dentro del Partido Republicano, por encima de la saturación de minorías, en el Demócrata, sin ningún protagonismo. “Eso es saber capitalizar tus recursos. Y ya los haitianos van por el mismo camino”, me fija.

Me recuerda como fueron los demócratas quienes nos invadieron dos veces en un lapso de cincuenta años. Y como si estuviese sosteniendo la bandera en el pecho me, dicta que nosotros somos gente de principios. De “Dios Patria y Libertad”. Se que sus planteamientos no son ecos de cajas de resonancias impuestas por el indoctrinaje. Son tan sinceras como las que yo comparto con amistades sobre la inclusión, participación y la eliminación de la discriminación.

Seguimos conversando, aceptando que en este momento es el portavoz de los dominicanos que se identifican con el Partido Republicano.

Me expone sobre la dejadez y el ausente activismo de los nuestros en el partido de Lincoln. Acepta que la mayoría de los latinos que militan en la organización roja, son parte de comunidades que no tienen donde regresar. “Pueden echar raíces aquí”, me dice. Pero, el que los dominicanos tengan la opción de regresar a su nación de origen, es algo que nos impide tomar la política local en serio y a su vez, el que los políticos locales nos tomen en serio, me da a entender.

Cierra sus pensamientos acordando que ambos partidos se han alejado del centro conveniente para todos. Que esos extremos lo que hacen es excluir gente buena que, a pesar de poseer puntos valiosos diferentes, son capaces de encontrar campo común en un intercambio adulto.

Nos despedimos pensando que a veces somos incapaces de ver el bosque desde adentro. Que para lograr el balance que el aspira, primero debe venir un cambio significativo en lo interno de esa organización. Uno de apertura étnica, racial y cultural, no solo basada en representaciones simbólicas como ha sucedido hasta ahora. Sino realmente significativa y alejada de las escenas históricas que en poco tiempo ya no se podrán citar. El mundo de los Whigs ya no existe. Tampoco el de Lincoln, ni el de Reagan o Bush padre. Y el reciente es una aberración de los valores que una vez estos guardaron. Sin embargo, de Gómez solo escuché los fundamentos naturales del partido. Nunca cedió ser cómplice de los actos recientes ni de los facinerosos que lo protagonizaron.

El partido rojo no cuenta con nosotros para ganar ninguna precandidatura o postulación cualquiera. Ni local, ni estatal, ni nacional. Incluso, no se vislumbra que su discurso se ajuste en lo más mínimo a nuestros intereses. Sin embargo, el balance en la democracia es necesario. Y aunque los dominicanos mayormente nos identificamos con las corrientes demócratas y renovadoras, concibo que aquellos que se sientan que es en la estructura republicana y conservadora que deben exponer y forjar un lecho digno y acorde con la dominicanidad por la que se nos conoce, pues bienvenido. Entendiendo que, tanto en la política como en la religión, como por igual en toda otra relación grupal o personal de nuestras sociedades y vidas, el querer pertenecer no es tan importante como el ser aceptado.

 

Nota: Gómez siempre mantuvo el intercambio sobre el marco de los valores. Solo mencionó a Trump, una sola y breve vez.