Luego de una docena de años de haber regresado a Estados Unidos desde República Dominicana, y vergonzosamente no haberme acercado a mi comunidad tricolor de inmediato, hace tres años, opté por corregir ese desliz e inicie un acercamiento sincero hacia ella.

En el verano del 2016, concebí mi regreso e inserción a mi comunidad dominicana en el Sur del Estado de la Florida, de la manera más responsable y filantrópica que pudiera pensar en ese momento. Una aproximación lo más estrecha posible a los individuos que la componen y un tanto alejado de las organizaciones sociales o políticas que durante décadas, con mérito o no, se atribuían su liderazgo y representación.

Lo cito así, porque no estaba en mí, juzgar al regresar. La apatía y falta de integración entre los nuestros, siempre ha sido tema de estudio en la Florida. Y estos que se designaban como paladines, no eran del todo culpables de esa desunión. Los dominicanos que llegan al sur de los Estados Unidos, a diferencia de los que viven en el norte, gravitan hacia el repelo de todo lo dominicano, en vez de atraerse hacia ello. Puede que la calidad del clima y las vastas ofertas de atracción que brindan las ciudades de Miami, Orlando y demás, impide su atención hacia todo lo dominicano. Yo, por mi parte, he llegado a definirlo como un mal cultural y reflejo espejo del comportamiento entre los estamentos sociales en la isla. Y dejémoslo ahí.

Me convencí desde el principio, que el gesto de regresar a todo lo dominicano en el exterior, el cual originó en el pecho y luego confeccionara en la psiquis, debía poseer valores altruistas, ser implementado con métodos sencillos pero sobre todo, debía ser único y novedoso. Con ello entendí también, que visto que la estática comunidad de siempre, a veces tenía más comunicadores que medios por donde difundirlos, por lo que era más factible el optar por escuchar. Era y siempre había sido un dilema entre nosotros. Habían más de los que hablaban, que de los dispuestos a oír.

No recuerdo saber de nadie que lo estuviera haciendo. Percibiendo. Aguzando el oído. Prestando atención a lo que el dominicano en el exterior quería, pensaba o tenía que decir. Sin restar méritos  los que construyeron los cimientos de esta comunidad, contra viento y marea. Ya fuesen los locutores, los gremialistas y sus filiales, como los que hacían pininos en esta nueva metrópolis. Pero resulta que al momento de salir en busca de los míos, no vi que nadie estuviera escuchando. Y es por ello que visualicé mi regreso a través de ese particular sentido.

Entonces, por medio de conversaciones de tú a tú, con miembros de la comunidad dominicana en el Estado de la Florida, que a diario hacían Patria en casa ajena, acepté que conversando y en comunión, podía ser la mejor forma de llevar el corazón en la mano, al aproximarme a la diáspora que me esperaba.

En esos intercambios, conocí sobre las historias individuales de los inmigrantes de mi tres-cuarto de isla. Y en los relatos de esos expatriados, siempre fui capaz de encontrar orgullo y lecciones que, luego de haber sido exteriorizadas públicamente, le han servido de referencia a otros tantos como nosotros.

Los seleccionados, en su mayoría, han sido personas ajenas a la luz pública. Figuras, cuyos actos cotidianos muy a menudo quedaban ocultos, a pesar de ser capaces de traer albor a los sacrificios, entregas y significado de la vida de muchos. Estilistas, chefs, banqueros, agentes de bienes, gomeros, maleteros, ama de llaves, mecánicos, corredores de seguros, micro empresarios, médicos, arquitectos, chóferes, gerentes, actores, técnicos, activistas y líderes comunitarios. Todos nuestros. Todos aquí para trabajar y hacer del término “dominicano”, uno de orgullo.

En ese medio centenar de intercambios con dominicanos que a diario hacen patria en casa ajena, he confirmado elementos comunes en sus experiencias, que incluso, ya sospechaba. La primera lo era que, todos partieron hacia América, más que con sueños de oportunidades, con ambiciones acordes con sus capacidades. Los dominicanos llegaron a trabajar. Se requiere de mucho coraje, iniciar de nuevo. De querer y creer dejarlo todo atrás. De estar dispuesto a comenzar desde cero. Para ello, no solo hay que tener hambre emocional y económica, la valentía es inevitablemente vital.

Lo segundo que identifiqué, lo fue, el sentido de abandono y falta de representación que sienten. Se quejan del liderazgo que se le ha enviado para representarlo y del local, que no acaba de aparecer para representarlo con la dignidad que se merecen. Y créanme que es difícil salir a representar una comunidad apática, pero ya es hora de aquellos que han salido a hacerlo, se les de el justo valor a su dedicación.

Y por último, he logrado captar una similitud que nunca imaginé posible. Que todos eventualmente se ven regresando.

Ese tema de regresar a la Patria, es más amplio y conceptual que lo que puedo tocar aquí.

Ese lo prometo para otra entrega.

Para complementar esas experiencias de conversar con mi gente, una semana antes de que en Dominicana quemáramos a Judas otra vez, opte por tomar un recorrido por el Estado de la Florida, el cual titulé “1,000 Kilómetros de Encuentros con la Diáspora”. Tomé el viernes, sábado y domingo para visitar siete ciudades y tener 21 intercambios con gente nuestra. Salimos de Miami camino a West Palm y de ahí a Port San Lucie. Al día siguiente nos trasladamos a Orlando, Kissimmee y luego a Tampa. Para concluir el domingo, cruzamos a Fort Myers, Naples y de ahí regresamos a casa, en Miami. Un total de 1,233.8 kilómetros.

De esos encuentros, tal como había hecho con los anteriores, también logré conocer sus historias, sus ilusiones, sus añoranzas y su parecer. Todas dignas. Todas con lecciones.

Todos laborando y llevando a cabo la cotidianidad que requiere hacer Patria en casa ajena.

Sin embargo, tal como lo he visto en los más de dos años que vengo escuchando, también en esta última jornada confirmé lo que ya había aprendido de las anteriores. Que sus voces estaban fijadas en unisón alrededor de cómo los dominicanos en la Florida se sienten carentes de una voz, de una cara, de un tema, de un diálogo, de un plan que en lo social, lo político, lo cultural y lo económico, los represente aquí o allá.

Porque ya fuese el reclamo de los 200,000 de la Florida o los casi 2 millones que viven en la nación americana, aparte de no sentirse representados, también está la preocupación de que lo que se proyecta hacia las otras comunidades en los Estados Unidos, continúa en gran parte atado al simbolismo que marcan las imágenes en los noticieros que venden morbo, en un momento donde el perfil del dominicano en el exterior ha completamente cambiado.

Por ello es que tal como se sienten esos dominicanos que he conocido a lo largo de estos años, yo también percibo lo mismo que ellos. Que todos llegamos o nos trajeron aquí con arrojo e ilusiones congruentes. Y que en lo que decidamos regresar, ahora más que nunca, se requiere que se presente una figura acorde con la nueva realidad de quienes somos. Un bicultural que nos entienda, y quien además también sepa o que es vivir con el cuerpo aquí y la mente allá. Uno bilingüe y que razone en ambas culturas. Uno que nos represente en la isla y en tierra firme. Uno dispuesto a escuchar primero y hablar después. Porque aquí no hay a quien echarle la culpa. Aquí no hay Judas, para quemar. Aquí solo hay Patria que hacer, aunque la casa sea ajena.