La tensión de las últimas semanas, en la patria dominicana, nada tuvo que ver con politica. A pesar de la más reciente “Marcha Verde, por el Fin de la Impunidad”. Tampoco tuvo que ver esta rigidez social, con el rojo escándalo de Odebrecht. No obstante, al pronunciamiento de la Procuraduría, de estar en caza de pruebas para la acusación de los implicados. La impaciencia y el sofocamiento nacional, nos vino, producto de la lucha entre los restantes colores primarios, sobre la paleta deportiva del pais. El amarillo y el azul.

Cada fin de enero, nosotros los dominicanos, esperamos ansiosamente la temporada y, por ende, la Serie Final del Béisbol local. Su tradición actual, es una que se extiende desde los inicios del siglo pasado, variando muy poco, desde entonces. Equipos se han unido, otros han llegado para desaparecer luego. Pero en esencia, las raíces de la fanaticada y el amor por “la pelota”, ha estado latente en el pueblo, desde que llegó a nosotros, a mediados del Siglo XVIII.

El deporte de los palos y bolas ha estado en nuestra sangre desde el nacimiento de nuestra dominicanidad. Aunque no en su actual forma. Esa curiosidad e interés, nos fue inyectado indirecta e intravenosamente por los descendientes ingleses de la industria azucarera, procedentes de las Indias Occidentales Británicas, quienes trajeron a la isla, el “Cricket”, en las décadas cercanas a nuestra independencia. Y aunque muchos hoy desconocen de esta disciplina, este supuesto precursor, es actualmente el segundo deporte de mayor popularidad del mundo. Ahora, lo que es sorprendente, es que los remanentes del Cricket aún viven en nuestras calles urbanas. Si haz jugado o presenciado el juego de la “placa” o “plaquita”, entonces estás viendo esa primera influencia de maderos y esferas.

Entonces, ¿cómo llega aquí, el Béisbol que conocemos y disfrutamos hoy? ¿Cómo asume la pelota, el espacio que abarca en nuestro corazón? Ésta irónicamente, arriba a Quisqueya, por la prohibición del mismo, en Cuba. Absurdo, pero no menos cierto. El pasatiempo fue introducido en la Perla del Caribe, por estudiantes que retornaban de centros educativos de los Estados Unidos y marineros norteamericanos que acarreaban en la nación cubana, para la fecha en que los nuevos dominicanos estaban disfrutando del Cricket.

Al llegar a Cuba, el deporte no tardó mucho en extenderse a lo largo de sus concentraciones sociales. Incluso con torneos formales compuestos por equipos que representaban las urbes y los campos, tal como aún sucede en las naciones latinoamericanas y las norteamericanas mismas. Pero antes de cumplirse la década de su arribo, los cubanos inmersos en su primera Guerra de Independencia contra sus rectores, se ven confrontados por las potestades españolas, las cuales prohíben que se continúe jugando el deporte. Los cubanos deciden elegir el Béisbol como símbolo de protesta, autonomía y libertad, contra las corridas de toros, las cuales eran más bien, homenajes a sus gobernantes, y la cual los isleños veían como un mandato cultural. Y es así como el Béisbol se convierte en una herramienta de lucha para los caribeños y a su vez, el deporte de inclusión que siempre ha sido.

Entonces, en la década de 1880, huyendo de la Guerra de los 10 Años en su isla natal, los agricultores de azúcar cubanos llegan al país, y para mantener la moral de fuerza laboral de la industria azucarera, la cual estaba compuesta por inmigrantes procedente de las islas británicas, estos le suministran bates, pelotas, guantes y demás equipos de Béisbol a sus trabajadores. La transición no fue difícil. Ya estos estaban familiarizados con el Cricket. Y con ello inicia la pasión por el deporte que nos apasiona.

Entonces llegamos a esta reciente semana. En el marco de una Serie Final de más de una década de espera. Donde la nación además recibía con algarabía, la noticia de que un tercer ejemplar criollo, Vladimir Guerrero, sería elevado al Salón de la Fama de las Grandes Ligas de Beisbol de los Estados Unidos. Como cada fin de enero. Pero este más especial. Nueva vez, el interior contra la capital. El amarillo contra el azul. Los Tigres contra las Águilas. En resumen. De ataque. No apto para cardiaco, ni débiles de emoción deportiva. En fin. ¡Había que estar dispuesto a aguantar su cuerda!

¿Que quien ganó? Pues el pais, respondo. Por un breve momento, no estábamos separados por apellidos, ni por clase. Ni por piel, ni por etnia. Ni por partidos, ni por intereses. Incluso, me agrega un colega, que hubo una significante caída en la criminalidad, en esas ultimas semanas de enero. Y sin estar allá, le creo. Porque sentí que en ese breve espacio, estábamos unidos todos. Como dominicanos y apasionados por el Beisbol. Todos. Los que vivimos fuera como los que viven en ella. Enlazados todos, por transmisiones especializadas y redes sociales, que nos hacían sentir que aún estábamos allí. Animando. Celebrando. Apoyando. Nerviosos. Y, sobre todo, ¡dando cuerda y echando vaina!

Si algo ha contribuido el desarrollo tecnológico, es eso. Que nos hace eliminar la distancia. Que nos hace creer que no nos hemos ido. Que aun vivimos en la patria.

Por lo que llego a aceptar que somos más libres, cuando estamos en pelota. Que somos más dominicanos, cuando celebramos las victorias o sufrimos las derrotas de nuestros equipos. Que estamos más cerca, en esa tercera y cuarta semana del nuevo año. Unidos todos. En fin, la dominicanidad está “Safe”, en el béisbol.

Mi Nombre es Rodolfo, pero cuando jugaba la plaquita o pelota de niño, mis amigos me llamaban Ronny. Agrégale a eso, que soy Águilucho desde chiquito.

Hoy día, el Beisbol dominicano, es rey en Latinoamérica. Y el de los Estados Unidos, el superior del mundo en esa disciplina. Las Ligas Mayores, representa una industria que supera los Diez Mil Millones de Dólares y 500 millones de fanáticos. Y los dominicanos somos los mayores exportadores de talento a esa industria. Una que, a pesar de sus logros y beneficios que proyecta localmente, en su momento debe también ser revisada. Pues debido a la abundancia de materia prima que existe en nuestra nación, la economía que la rige, desecha valiosas gemas sociales que, luego no encuentran su rumbo en la vida. Víctimas todos, de la ilusión que proyecta la industria. Esa es una responsabilidad que debe ser asumida por todo aquel que se beneficia de ese deporte.