Facultad de Arquitectura y Artes
Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña
Santo Domingo, 24 de marzo, 2023
Homenaje Docente
por la trayectoria académica del arquitecto Omar Rancier Valdez
«Decano de la Facultad de Arquitectura y Artes, de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña»
Buenas tardes
Qué bien nos sentimos todos, en poder estar aquí presente. Y más por el motivo que nos estimula a estarlo.
Agradezco a la directora, arquitecta Heidy De Moya, por haberme considerado como el emisario de estas palabras. Y al resto del cuerpo docente, por validar el gesto.
Aunque el receptor del cariño que estamos exponiendo hoy no es una persona que gusta de ser formal, él sabe que yo sí. Que incluso, la formalidad me define. Cuando me conoció a los veinte y tanto, cuando tenía la vista aguda. Y ahora a los tanto y tanto cuando la tengo más angosta, sigo siendo formal. Sobre todo, con él, he sido siempre. Que, a pesar del cariño, la consideración y el compromiso, le sigo tratando de usted. Incluso, nunca le he llamado por su nombre propio.
Permítame mentor.
Para los que no me conocen, mi nombre es Rodolfo Pou. Arquitecto, autor y filántropo. Egresado de los talleres de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña y de Miami Dade College. Producto de las culturas que ceden las ciudades del Gran Santo Domingo y Gran Miami.
Así como soy producto de dos ciudades, también soy el resultado de dos escenarios Universitarios. Y aunque me he graduado de ambas instituciones, esta ciudad Primada de América y esta primera casa de educación superior privada, siempre han sido mi casa. El lugar donde siempre soñé que la vida me regresara. Para presentar mis libros y una ponencia, como hice hace unos meses, o para poder dictar unas palabras en un escenario tan valioso como este de hoy. El sitio donde conocí y asumí décadas antes, a mi Mentor. Una figura para emular, admirar, respetar y aspirar.
El Arquitecto Omar Rancier. Maestro de miles, mentor en dos milenios. Es un noble susurrador de conceptos que, con su ejemplo, ayudó a dar forma a la figura y hombre que aspiraba ser. Un pensador del porvenir. Un lector de lo lejano. Un investigador de lo innovador. Un ejecutor de lo más sano.
Aquel que me enseñó a dibujar Rs que nacen de reglas doradas y a identificar el clásico en mi vida. Ese céntrico punto de referencia que permitiría determinar qué tanto se he progresado.
Por él soy un intelectual. Por él tengo biblioteca propia. Por él escribo, publico y soy filántropo. Por él, me siento creador y creado.
Por él mi empresa lleva el nombre que lleva. Quadra. La primera Macintosh que puso a mi disposición, cuando creó un espacio para mí, en su taller profesional. Por él.
Con el tiempo extrapolé las lecciones de ese taller profesional y las de su docencia, notando, sobre todo, como su mano alzada conjugaba los trazos de su visión. Sin esfuerzo. Sin carga. Siempre exquisita.
Conocerle y escucharle facilitó que en poco tiempo le escogiera, además, como mi clásico. Despertando en mí, la consciencia necesaria para alcanzar un crecimiento exponencial a lo largo de mi vida. En lo práctico. En lo conceptual. En lo teórico. En lo real. Ya fuese en nuestra carrera o lejos de ella. Porque entendí tempranamente de sus lecciones, que la arquitectura no era una herramienta de diseño y construcción, sino de equidad social. Tan política como económica. Tan artística como filantrópica. Y por ser un instrumento de equilibrio, podía aplicársele a todo.
Pero mi mentor y clásico no se detuvo ahí. Sin saberlo, terminó por cederle a mis dos varones mayores, el vestíbulo para que fueran arquitectos. Más por él, que por mí. Por las lecciones que les transmitía a través de mi persona, los fines de semana. Ya fuera viendo la muerte del gótico en una ventana de la Zona Colonial o descifrando los balcones aleatorios de la calle El Conde. Conociendo la particularidad de la Charles Piet o el paseo imaginario del Seibo.
Hoy día, uno de esos varones míos, es director de diseño de todas las tiendas de Estée Lauder desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Y el otro de ellos, es doctor en arquitectura, vive en Londres y ha trabajado para Frank Gehry, Norman Foster y Zaha Hadid.
Sé que entre nosotros hay otras experiencias donde su influencia transcendió el taller. Apuesto que todos aquí también la tienen.
Les explico.
Mi mentor, el arquitecto Rancier, ha sido capaz de impactar generaciones que incluso nunca presenciaron sus clases o jamás leyeron algo suyo en su Blog Penélope. Millares que estudiarán arquitectura desconociendo las 100 páginas del Grupo Nueva Arquitectura o Factoría 3. Jóvenes que nunca sabrán como llegamos a tener una Sociedad de Arquitectos ni mucho menos cómo abordamos a una Bienal propia.
Entiendan que no es una reverencia. Es la dicha de saber que tuviste un mentor y que lo escogiste tú. Que, aunque el intercambio de palabras nunca superó cortas partituras de una pieza en Re Menor, supiste conocer el valor de la pieza. De sus arpegios. De su melodía. Aunque pasen 3 meses o tres años sin escucharla. Que dicha saber que la tengo dentro de mí.
Qué bien nos sentimos todos, en poder estar aquí presente. Informalmente cediéndole cariño a una persona que aún sin gustarle la luz pública, ha sido capaz de iluminar al resto de nosotros.
A ese cuyo orgullo trato de ganarme a diario. Aquel que sigo tratando de usted y que nunca le he llamado por nombre propio. A ese tengo mucho que agradecerle. Al igual que sé que hay un millar más como yo, que sienten lo mismo.
Reitero mi agradecimiento a la Facultad de Arquitectura y Artes de mi Alma Mater, por este privilegio. Uno que permite extender en nombre de todos los que hemos sido su alumno y colega, la enorme admiración que sentimos por él.
Mentor. Arquitecto. Y por esta sola vez, Luis Omar. Formalmente le extiendo mi eterna gratitud y estima. Por su carrera. Por su trascendencia. Por su nobleza. Por su influencia. Por su enseñanza. Y por su dedicación.
Buenas tardes.