3 de diciembre del 2022.

Disertación. Sesión Presidencial

X Conferencia Bienal de la Asociación de Estudios Dominicanos – DSA, Bronx, New York

 

Buenos Días.

Gracias a la directiva de la Asociación de Estudios Dominicanos por valorar nuestra invitación.

Resaltando con ello el apoyo y consideración extendido por parte de la Co-Presidente de la Asociación, la Decana Ana García-Reyes en favor de nuestra participación.

Quiero de igual forma agradecer el que la Doctora Luana Ferreira se atreviera a proponerme. Gestionar la participación de una figura ajena y desconocida a los círculos académicos y de investigación que encabezan la temática que ha motivado esta Conferencia Bienal, es algo que solo ella pudo haber impulsado. Ya la conocemos. Opiniones fuertes y llenas de pasión. Así me imagino que los convenció.

Señores investigadores, catedráticos, docentes y amantes de la información, opinión o análisis de nuestra identidad y procedencia.

Señores participantes y amigos presentes en persona o de manera virtual.

Amigos todos.

Reitero nueva vez, los buenos días. Desde la ciudad del Sol.

 

He sido invitado esta mañana, para exponer conceptos de cómo la inclusión de las diásporas puede impactar el desarrollo de sus naciones de origen. Propuestas que florecieron luego que decidiera escribir a través del lente de la diáspora dominicana y sostener extensas investigaciones y conversaciones a lo largo de tres años, sobre las incidencias y potenciales de las comunidades que viven fuera de su país natal.

Sin embargo, lo que parecía una oferta innovadora, de cómo la inserción de ciudadanos residentes externos al territorio de su país pudiera incidir sobre el desarrollo de esta, terminó como toda gran idea, corroborando de que en cierto modo ya existía. Cuando sales en busca de validación mediante la investigación, te tropiezas con que planteamientos similares a los tuyos, ya tenían años debatiéndose en otros círculos técnicos y comunidades. Incluso, te encuentras con que algunos elementos de tu genial propuesta ya se habían puesto en práctica. Y como buen inquieto y estudioso, en vez de desaliento, lo que pensé fue, que bueno que haya sido así. Porque si algo he aprendido en estos últimos años donde he abordado la importancia del rol de las diásporas, es que, cuando se trata de involucrarlas en los planes de desarrollo de sus naciones de origen, la brecha del tiempo es estrecha, vital, determinante y finita.

Pero sobre eso y los posibles escenarios donde estos esfuerzos pudieran insertarse más efectivamente, hablaremos más adelante.

En lo psíquico, la movilidad o transportación humana, es tan real como conceptual. Y aunque su paradoja, es un experimento mental sobre la filosofía de la identidad que desafía las intuiciones comunes sobre la naturaleza del yo y la conciencia, según fija Derek Parfit en su libro “Reasons and Persons” de 1984, yo le agrego que, aquel que opta por superar las barreras de su lugar de nacimiento, además de explorador, es un ingenuo tahúr.

Al considerar el acto de desplazamiento de los seres humanos, debemos subyacentemente observarlo de manera científica. Porque más allá de lo biológico que pueda representar el acto, en lo físico, los factores de la movilidad responden a flujo, esfuerzo y tiempo. Tan físico como imaginario. Tan biológico como conceptual.  Con eso en mente, comprendamos que la humanidad siempre ha estado en movimiento. Incluso antes de ejercitarlo, ya lo había concebido.

A lo largo de la historia, hemos migrado en busca de o escapando de algo. En todos los órdenes y en todas las eras. Desde la prehistoria hasta hoy. Por naturaleza nunca fuimos sedentarios. Si se quiere, la disponibilidad de recursos naturales, el descubrimiento de la agricultura y la capacidad de construir cobertizos nos fijó a un territorio específico. A un lugar.

De ahí, según nos dictan los acontecimientos, hemos estado muy pendiente en identificar los escapes del terruño por temas atados a la pobreza. Sin embargo, la mayoría de los éxodos, los cuales han sido un tanto forzados, han obligado a los emigrantes a iniciar desde cero, debido a desastres ambientales, acoso político, falta de seguridad personal o por un conflicto bélico. Esos son los principales motivos y los que menos se mencionan, cuando se habla de desplazamiento humano. Sin embargo, el que acapara todos los medios y discusiones personales y políticas lo es el flujo que va en busca de oportunidades o mejoría económica.

Siento conocer claramente, los componentes de la movilidad y las energías que transmiten, sus potenciales y debilidades, de manera conceptual y temática. Pues al finalizar mis estudios de arquitectura y urbanismo en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña de la República Dominicana, presenté mi tesis de grado bajo una exhausta y destallada propuesta sobre la capitalización del movimiento que se generaba sobre la simbiosis de la manta fronteriza dominico-haitiana. Allí propusimos vehículos de desarrollo que guardaban valoraciones de los esfuerzos desplazados en el activo flujo de capacidades e intercambios a lo largo del tiempo, que sucede en ese sitio entre su gente. Y lo hice, ignorando que un día estaría tocando el tema de los potenciales de la migración de manera tan diligentemente.

Los movimientos de personas ocurren en todo el mundo. Y aunque la migración es un fenómeno global, todavía no existe una comprensión integral de cómo gestionarla.

Entremos en las cifras que nos definen como inmigrantes.

A pesar de que no suelo compartir cifras absolutas y exactas porque limita la exposición o el escrito al momento en el cual fue compartido, como referencia si les resalto que, hace apenas veinte años, en el cambio de siglo y milenio, los emigrantes oscilaban por unos 175 millones, globalmente. Y fijo esa meseta, porque en la cantidad poblacional radica el primero de los recursos de capacidad de incidencia de una diáspora al momento de esta ser participe del desarrollo de su nación de origen. También resalto la cifra poblacional, para que puedan interpretar el cambio en los flujos y las tendencias, al conocer el conteo presente.

175 millones hace veinte años parecieran pocos. Pero tomen en cuenta que, al referirse a inmigrantes, la designación se limita a los primeros en llegar. No me refiero a la primera generación nacida en la nueva nación de residencia, ni la segunda ni la tercera. Cuando los estudios se refieren a inmigrantes, las cifras citadas únicamente se refieren a los primeros en llegar.

Ya para el 2020, los inmigrantes alrededor del planeta habían pasado de 175 millones de veinte años antes, a superar 281 millones de personas que residían fuera de su país de origen. Un incremento de 60%, con un total de 106 millones de personas más, en apenas dos décadas, desde el inicio de siglo. Y si bien equivalen a un 3.6% de la población mundial, ese dígito ya supera algunas proyecciones que se habían previsto para el 2050, según nos indica la Organización Internacional para las Migraciones -OIM.

Ahora, así como hemos identificado el flujo de los últimos veinte años, echemos un vistazo un poco más en el pasado y notemos la movilidad de hace 50 años, para comprender la aceleración en la emigración de seres humanos desde su lugar de nacimiento. En ese medio siglo, la cantidad de personas que viven en un país diferente al que nacieron, se ha triplicado. Es decir, en 1970, tan solo unos 90 millones de personas vivían fuera de su lugar de nacimiento. A diferencia de los 281 millones de hoy. Unos 2.4% de la población mundial, en ese entonces. Observemos que el flujo ha sido uno en concordancia con el incremento unitario, pero más significativo es el salto porcentual.

He optado por utilizar estas cifras y referencias de flujo, para que, al momento de presentarles los patrimonios y potencialidades de la diáspora dominicana, podamos magnificar la capacidad de las otras comunidades que viven exterior a su nación de origen.

Entonces, vamos acercándonos y pasemos a los Estados Unidos, donde cerca del 20% de los inmigrantes del mundo residen, según nos fija el Migration Policy Institute. En cifras, que incluye a los inmigrantes e hijos nacidos en Estados Unidos, ya ha alcanzado 85 millones de personas. Eso equivale al 26% de la población que reside en el país americano, según la agencia gubernamental Child Protective Services.

De ese segmento de 85 millones, los latinos son el mayor y más pujante grupo. La población de origen hispano alcanzó los 62.5 millones en 2021, frente a los 50.5 millones en el 2010. Eso representa un aumento de 19% en apenas 10 años, sobre duplicando para ese mismo periodo, la tasa de crecimiento poblacional en Estados Unidos, que osciló por 7%.

Reitero. La razón por lo cual comparto estas cifras, es para que comprendamos su potencial y lasitud a la vez. En las cantidades radica el poder de las comunidades que viven en la diáspora, cuando guardan una referencia porcentual significativa con la población de la nación de origen. Pues ser una diáspora cuya población total es el 3% de la de la nación de origen con canales de inclusion, no refleja gran impacto. su potencial es mínimo o nulo. O lo mismo sucede con una que guarda la importante referencia de un 10%, pero no tiene los canales debidos y definidos. La posibilidad de incidencia radica primordialmente en que el porcentaje y la disponibilidad de canales estén en su punto perfecto. pero sobre todo, que la población activa sea robusta y no haya superado la tercera generación.

Pasemos a nosotros, los dominicanos

Por mucho tiempo, los que nos identificamos como dominicanos en Estados Unidos, hemos sido señalados como la quinta población hispana más grande de los Estados Unidos. Designación que fue confirmada con el reciente levantamiento del Censo 2020, con 2,216,258 de nosotros. Así de vertiginoso como ha crecido la población hispana, aún más ha aumentado la población dominicana. Incluso a un ritmo más acelerado que el resto de la población en Estados Unidos. Los que nos identificamos como dominicanos, hemos pasado de 1,041,910 en el 2000 a 1,537,558 en el 2010. Un incremento sin comparación, de 47.6% en ese periodo de 10 años. Y en la subsiguiente década hasta el 2020, alcanzando los 2,216,258, ya citados. Totalizando un crecimiento de 112.7% en veinte años. Pocas comunidades pueden hablar de crecimiento poblacional así.

En una reciente publicación, fechada con el 5 de octubre del 2022, ‘Statista’, la plataforma líder en proveer información demográfica al sector privado y sus iniciativas, indica que las personas que se identifican como dominicanos en Estados Unidos, ya han alcanzado 2,393,720. Esa cifra guarda una diferencia de 160,000 personas más, que la referenciada en el Censo hace dos años. Sirviendo como rectificación de ese levantamiento.

Así como ‘Statista’ cita una nueva cifra sobre la cantidad de personas que se identifican como dominicanos en los Estados Unidos, de igual forma la fija para el resto de los hispanos. Los casi 2.4 millones de dominicanos, citados por Statista, nos confirma como el quinto grupo hispano/latino más grande de los Estados Unidos, pero visto la tendencia de los últimos veinte años, es evidente que nos encaminamos para antes de que concluya la década, a superar la comunidad que se identifica como cubana y la misma salvadoreña las cuales actualmente guardan la cuarta posición con 2,400,150 y tercera con 2,473,950, respectivamente. Es en ese momento, donde alcanzaremos a ser la tercera comunidad hispana más grande de los Estados Unidos, detrás de los mexicanos y los puertorriqueños. Eso esta a la vuelta de la esquina.

Entiendo la cantidad y su potencial, pero también reconozco la advertencia que posee. Pues estamos tocando las puertas de una tercera generación, que es el punto de inflexión. Justo cuando las comunidades que residen en el exterior registran un mayor interés por impactar su nación de origen y a la vez, el momento de mayor riesgo para perder el vínculo si no existen canales de inclusión. La tercera generación es el aviso o alerta que te obliga a identificar tu rol como comunidad en el extranjero, aquí, al igual que allá. Antes de que se pierda el patrimonio que poseemos.

Los ejemplos los tenemos ahí, con los descendientes de Irlanda que viven en Massachusetts y los sucesores de Italia que viven en New York. Siempre cito sus ejemplos, porque son muy conocidas. Sin importar que hayas vivido en los Estados Unidos, es de conocimiento público internacionalmente, que en Estados como New York y New Jersey radican muchas personas que se identifican como italianas. Por cierto, en el más reciente Censo del 2020 de los Estados Unidos, 15,947,138 personas indicaron poseer herencia italiana. Se autodefinieron como italiano-americanos. Ese monto representa una referencia cruzada de 27% del total de la población de su nación de origen. Italia como país, actualmente registra una población de 59,037,474 personas.

En esa misma consulta se reflejó que, 34,495,897 se identificaron como irlandés-americanos. Irlanda como país de origen, actualmente tiene una población de 5,123,536. Hay 673% más personas en Estados Unidos identificándose de origen irlandés, que personas residiendo en la nación de origen.

Pero, a pesar de esas comunidades estadounidenses de importante monto, lastimosamente no guardan vínculo ni incidencia sobre ellas. Solo almacenan algunas costumbres culturales: como el timbre de voz, la gesticulación al hablar, el paladar, responder a música que reconocen como suya y el amor por el equipo patrio en encuentros internacionales. Eso es lo único que les queda. Pasaron de la tercera generación sin encontrar canales de inclusión capaces de trasferir su patrimonio en favor del desarrollo de estas. Ya se perdió la posibilidad de traspasar influencias democráticas o extender las riquezas intelectuales y económicas que a inicios del siglo 20 aun estas diásporas transferían. Perdieron las comunidades de aquí y de allá. Y perdieron los países de origen.

Regresemos al caso dominicano, entendiendo lo que anteriormente fijábamos como importante.

En las cantidades radica el poder de las comunidades que viven en la diáspora, cuando guardan una referencia porcentual significativa con la población de la nación de origen y, además, si estas a su vez pueden contar con los canales debidos para ceder su patrimonio. Y los 2.4 millones de personas que se identifican como dominicanos residentes en los Estados Unidos, que quieren y pueden, equivalen al 20% de los 10.9 millones de personas que residen en la República Dominicana. Es decir, la cifra es determinante. Y favorable a ser capitalizada, visto que, se encuentran en las generaciones donde quieren y pueden. Donde la añoranza, la nostalgia y el interés aun abunda.

Por cada habitante en la diáspora dominicana residente en los Estados Unidos, hay cinco habitantes que residen en República Dominicana.  

Definido eso y reconocido el hecho de que estamos a pasos de una tercera generación y posiblemente cuarta, Entonces, ¿cuál en realidad pudiese ser el rol de los dominicanos para con su nación de origen?

Mi estimación es que debemos ser entes promotores del desarrollo, pasando de una filantropía caritativa por lo cual se nos conoce, a una filantropía de inversión en todas sus magnitudes. En otros encuentros he fijado que, los caudales del potencial de la diáspora son incalculables, y van más allá de los insostenibles y continuamente citados US$10,000 millones que en el 2021 recibió la República Dominicana en remesas. O por igual, nuestras capacidades superan cualquier monto que pudieran representar las evidentes inversiones en inmuebles residenciales que hemos estado haciendo en las últimas décadas.

Cuando me refiero a nuestro potencial, utilizo el término ‘patrimonio’. Hace tiempo que opté por ese sinónimo, por encima de la limitación de riqueza o capacidad económica. Esa referencia de ‘patrimonio’, sí que engloba todo el capital del legado de la diáspora dominicana. Entre ellos, el económico, el político y el intelectual.

Y ese legado al que me refiero, estará a plenitud y a disposición de la Patria, cuando los canales de inclusión se definan de manera clara y el rol de los que vivimos fuera, ya sea en lo político, lo económico y lo intelectual en el futuro del país, se defina.

Pasemos al capital Político

Iniciemos con el recurso democrático que poseemos, y como este puede ser transferible al desarrollo político de República Dominicana.

Los que nacimos allá, en la isla, ya podemos votar en el extranjero. Pero los nacidos fuera, que se sienten dominicanos, y pueden constitucionalmente optar por serlo, nacionalizándose, deben valorar de manera urgente, esa segunda ciudadanía tricolor y hacer todo lo posible para lograrla. Estamos muy atrasados en eso. Ya sea por dejadez individual o por indisposición de las autoridades de turno, y porque no, hasta por ignorancia, la excusa ya no cala.

De los 2.4 millones que nos llamamos dominicanos en Estados Unidos, hay más de 900,000 que nacieron aquí. A esos hay que motivarlos a lograr su ciudadanía dominicana lo antes posible. Siempre enfatizo a los miembros de la diáspora que, tanto las cabezas de familias como también sus hijos, sobrinos y nietos, debemos lograr que esas cifras coincidan, aquí y allá. Que los 2.4 millones de nosotros podamos incidir políticamente allá y aquí. Y hay que lograrlo lo antes posible. Ser ciudadano dominicano y estadounidense a la vez. Es vital, tanto para los intereses individuales y los de la nación de origen al igual que la nación de residencia.

El proceso no es difícil ni costoso, pero les aseguro que si es determinante si ha de nosotros impactar el desarrollo de nuestra nación de origen. He visto la cifra desde una óptica técnica y logística, y para lograrlo, se requerirá que, 16,000 personas de origen dominicano se nacionalicen mensualmente. Esta programación permitirá ponernos al día con ese elemento tan determinante, en apenas 5 años. Es la única forma de cubrir esa brecha.

Eso es fundamental para sostener la conectividad. Y más aún, cuando la denominación en el exterior está abordando la tercera generación y acercándose a la cifra de los nacidos en República Dominicana. Lo fijo así, porque no es lo mismo auto definirse o sentirse ser dominicano, que realmente serlo con documentación.

Si los que residimos fuera del territorio nacional queremos influir sobre el desarrollo democrático de República Dominicana, debemos iniciar incidiendo con el voto. Ya sea por un Diputado de Ultramar o por un Presidente.

El poder del voto.

Que entiendan los que residen en la isla, que nosotros, los supuestos ausentes, vivimos en lugares donde hay régimen de consecuencia y las leyes se respetan. Algo que queremos transmitir con nuestro sufragio, en favor de la del régimen sociopolítico de nuestra Quisqueya.

Que entiendan, además, que nuestro voto tiene fuerza y que con ello vienen otros elementos de exigencias más allá de tener un país que se proyecta como inclusivo, dinámico y moderno. Reclamaciones hacia aspirantes administraciones que deben estar dispuestas a abandonar el clientelismo, por la inversión en la educación y el pragmatismo populista por la planificación honesta.

Si nos enfocamos en eso, no dudo que, en un futuro cercano, nuestra incidencia determinará no solo el presidente, sino hasta su perfil. Incluso, los discursos y las propuestas de gobierno que ofrezcan las figuras que aspiran postularse, tendrá un adyacente tono influenciado por la diáspora. Esa, es una inversión que representaría un gran avance para la democracia nacional.

Lo mismo sucede con el voto aquí. Hay que estar presente en los procesos locales, estatales y nacionales. Los dominicanos a pesar de que se encaminan a ser la tercera población hispana de los Estados Unidos aun no definen, deciden ni determinan elecciones más allá de algunos segmentos del nordeste del país americano.

La retórica de los políticos de Estados Unidos es la misma en todos los lugares. “Los dominicanos no se apasionan por la política americana. A ellos solo les interesa la política de allá. Ellos no salen a votar, aun pudiendo.” Eso hay que cambiarlo. Hay que asegurar que nuestra gente se haga ciudadano estadounidense y participe en las elecciones locales, estatales y nacionales. Aun sin tener figuras electas en los trenes municipales, estatales o federales, ese tipo de incidencia no solo determina poderío aquí, localmente, sino que incluso determina la política exterior que pudiese aplicarse desde los Estados Unidos hacia República Dominicana. Eso es un real apalancamiento político y desarrollo democrático. Y el caso lo tenemos en frente. Lo hemos visto en las últimas semanas con el tema haitiano y los intereses que inciden sobre él.

No es algo nuevo, el que la diáspora sea un brazo articulador o instrumento de la política local o la exterior que influye sobre la nación dominicana, sus valores e ideales. La democracia de la cual goza nuestro país de origen fluyó en gran parte por lo ocurrido y gestionado desde la diáspora. Actos estratégicos y complementarios a las luchas clandestinas que se han llevado a cabo en la Patria desde sus inicios. Y eso es algo que aún no hemos llamado por nombre. Ese capítulo aún está por escribirse.

La democracia siempre ha contado con la diáspora para su desarrollo. Y este momento no es menos diferente.

Pasemos a lo económico.

Citemos las remesas, las cuales parecen ser el gran termómetro de la riqueza de la diáspora dominicana, ante los ojos de los editores de medios y algunos políticos, quienes gozan de citar los US$10,000 millones del 2021, como la gran hazaña. Edictos que reflejan desconocimiento de que ese monto apenas responde al 5% del potencial económico y las otras riquezas de la diáspora. Por ello siempre evito las remesas. No las menciono ni las utilizo como argumento. Porque además de que el monto es cambiante y su incidencia sobre el Producto Interno Bruto -PIB también, estas siempre eliminan el componente humano y excluyen la posibilidad de que los emisores sean relevantes más allá de ella.

A inicios del año 2022 fijé en el Periódico El Dinero que, ese monto de transferencia anual se está acercando a su pico y su poderío porcentual sobre el PIB se irá reduciendo según siga creciendo la economía del país. Lo que hoy es 11% en una década puede tan solo ser un 7%. Y hasta mucho menos en dos décadas. En el monto de las remesas y su incidencia no se puede contar, más allá de una tercera generación. Incluso, esta depende más de factores migratorios recientes que del sentir filantrópico de sustento que proyecta.

Pero sigamos en esa tónica, para que entendamos porque las remesas no pueden definir la capacidad económica de la diáspora dominicana o de cualquier otra. Solo en ingresos vía sueldos, la comunidad dominicana residente en el exterior representó casi diez veces el monto que esta emitió en remesas el 2021 o cualquier otro año. El patrón que en muchas ocasiones citan los economistas, fue fijado nueva vez en el año 2018 en un informe de la Organización Internacional para las Migraciones -OIM, quien estimó que el ingreso anual promedio de los nacionales que se identifican con una nación ajena a su lugar de residencia, en el caso de los dominicanos en el exterior, estos envían apenas un diezmo de sus ingresos. Es decir que solo en sueldos estas comunidades fácilmente produjeron de 9 a 10 veces más que el monto de enviado.

Esa valoración indica que solo en sueldos, los dominicanos en el exterior superamos los 100,000 millones de dólares en el 2021. Reitero, en salarios. Ahora agréguele a ello, nuestras reservas personales en los bancos de Estados Unidos, las cuales se avecinan a 6,000 millones de dólares.

Incluso, ya que estamos hablando de cifras que además de desconocidas, resultan extraordinarias e impresionantes, veamos más allá del efectivo. Los negocios de los dominicanos en el exterior tienen un valor. Y las propiedades que lo albergan al igual que las residencias que poseemos, guardan en sí, un valor en forma de capital o la plusvalía la cual se referencia como “equity”, en la banca. Esa es una enorme y accesible riqueza de la cual no se habla.

Conversemos por igual de otro interesante e ignorado componente de los capitales de la diáspora, como lo es la capacidad crediticia personal o la misma empresarial. Imagínense que las instituciones bancarias del país facilitaran la transferencia del score crediticio personal o empresarial a los miembros de su diáspora. Desde tarjetas de crédito a préstamos vehiculares, hipotecarios o para la apertura de negocios. Ahí sí que estamos hablando de riquezas económicas tangibles, entre esos dos enfoques, plusvalía y capacidad crediticia.

Y si no es por vía del crédito, también hay instrumentos monetarios, que bien podrían convertir a los dominicanos en el exterior y sus capitales, en la gran fuente de financiamientos e inversión del desarrollo de su nación de origen. Con aportes directos vía Bancos Cooperativos de la Diáspora; Bonos de la Diáspora; el Fondo Fiduciario de la Diáspora y el Fondo de Inversión de la Diáspora. Todos capaces de capitalizar proyectos de desarrollo de infraestructuras viales o de transporte masivo; de muelles, aeropuertos y líneas de tren interprovincial, o de infraestructura física o virtual para la educación, la salud y la seguridad nacional.

En el recorrido que he hecho a lo largo de este año, he insertado un pensamiento que bien quiero repetir aquí. Porque creo que es esclarecedor, optimista e inesperado. Y reitero, es una opinión muy propia pero que sé que ustedes encontrarán lógica en ella.

Es mi opinión que, antes de que lleguemos al 2050, los países que hoy llamamos en vía de desarrollo o plenamente en desarrollo, que guarden estabilidad económica, política y judicial, y que a su vez posean grandes y activas poblaciones fuera de su territorio, serán liberados de las tradicionales fuentes internacionales de financiamiento y cooperación, como lo son el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo -BID, el Fondo Monetario, la GTZ, JICA, USAID y otras. Todo aquello que guarde algún componente de política exterior o comisión por transacción, podrá ser reconsiderado. Ahora, esto será posible, solo y únicamente si las poblaciones en el exterior se identifican con su nación de origen, y estas a su vez tienen formales canales de inclusión social y económico definidos. Eso es visualizar el desarrollo desde un nuevo y disruptiva lente.

Pasemos a lo intelectual. Desde la perspectiva del capital humano.

Y de la posibilidad de servir de transmisores de conocimiento.

Observen las riquezas culturales que tenemos en frente en nuestras pantallas de televisión y en la de nuestros celulares. Cito eso, porque creo que las grandes innovaciones de conectividad llegarán primero a través de estos dispositivos. Desde el comportamiento individual hasta la reacción colectiva, las riquezas del conocimiento deben ser magnificadas vía esos dispositivos. Desde figuras públicas en los órdenes de las artes, el entretenimiento, la comunicación y el deporte. Todas riquezas y todas nuestras, de la diáspora, más que ser proyectadas mercadológicamente, estas deben ser partícipes de la facilitación de lo posible. Esa cultura cotidiana es capaz de alcanzar a más almas y mentes que una articulada mediante la comunicación persuasiva.

Ahora, como los más determinantes conocimientos que la diáspora ha adquirido en las aulas de los centros de estudio e investigación, al igual que en los pasillos donde se deciden los futuros empresariales y políticos, de las comunidades donde vivimos, no existe mayor caudal.

Los dotes intelectuales, de investigación y conocimiento creativo, científico, técnico y profesional, complementado por una ola de presencia corporativa y técnica en altos rangos de las más importantes empresas de Estados Unidos o la misma fructífera participación política y representativa de la última década, muestra un capital humano del que tampoco se habla a pesar de ser un componente de riqueza transferible.

En mis anteriores encuentros hice énfasis de como con regularidad se citan en los medios de República Dominicana, que si la de la Nasa o la arqueóloga tal es dominicana; que si el alcalde de tal ciudad en Boston o el congresista estadounidense aquel es dominicano: que si la actriz de cine tal o la violinista aquella es dominicana. Un continuo realce de los logros de los dominicanos en el exterior sin un seguimiento u orientación capaz de capitalizarlo o insertarlo en el desarrollo nacional. Que si la decana en tal universidad o este banquero es dominicano; que si ese arquitecto o aquel cardiólogo es dominicano o que si la destacada autora aquella o el pintor aquel son dominicanos. Muchas citas que solo enfatiza que las oportunidades y logros están todos fuera del país.

No hay que ponerles nombre y apellido a esas fuentes, solo saber que, si existieran reales canales de inclusión y participación, más allá de las insignificantes tandas de pergaminos y reconocimientos políticos de vitrina y pantalla vana, ya estuviéramos contando como país, con esos recursos. Y su valor es incalculable al momento de transmitir ese conocimiento y las relaciones que llegan con ello. Mas que el evidente orgullo, esas figuras poseen un capital que no ha sido explorado o considerado. Y a manera de intercambio, nunca lograremos aprovechar su potencial. Hay que comenzar a pensar diferente al respecto cuando se trata del conocimiento, los logros individuales y los poderes políticos, empresariales y sectoriales que posee la diáspora dominicana.

Señores, justo ahora cuando estamos en una etapa donde podemos y queremos. Donde además se visualiza un interés de parte de los sectores decisores de la nación, de crear espacios o canales para capitalizar ese patrimonio en favor del desarrollo nacional, es que debemos definir nuestro rol, pasando de una filantropía caritativa a una de inversión y cooperación sobre la democracia, la economía y el conocimiento.

Esto no es exclusivo a nosotros. Los países que posean grandes y activas poblaciones fuera de su territorio y que además se identifiquen con su nación de origen, también pueden capitalizar estas oportunidades cuando su momento les llegue. Pero al igual que nosotros, exigirán canales de inclusión definidos y que estas guarden estabilidad económica, política y judicial.

Estamos en un buen y único momento.

Y cierro con las mismas palabras que utilice cuando inicie este recorrido de ponencias, exposiciones y disertaciones en el mes de abril en el Capitolio de Rhode Island.

Visualicémonos como diáspora, como la principal fuente de desarrollo democrático de República Dominicana.

Visualicémonos como la mayor fuente de inversión hacia República Dominicana. Capaces de capitalizar cualquier proyecto de infraestructura, salud o educación, sin que el país tenga que salir a buscar prestado.

Visualicémonos por encima de cualquier agencia de cooperación internacional o bancos de préstamos. No hay necesidad de un BID, Fondo Monetario, Banco Mundial u otra organización, si la diáspora se ve empoderada.

Visualicémonos como el depósito intelectual, capaz de generar nuevas patentes, invenciones, registros de marcas que fortalecerán el patrimonio intelectual de la nación.

Visualicémonos como la mayor fuente de posible transmisión de conocimiento, experiencia y relaciones, para fortalecer nuestras instituciones y eliminar la corrupción.

Simplemente les exhorto a que nos visualicemos, antes de que se pierda el patrimonio, en favor de nuestra nación de origen. Porque de no hacerlo, el flujo que tomó tanto esfuerzo y tiempo de nada valió. Como tampoco el sacrificio de nuestros padres, familiares y amigos, al salir de la Patria en favor del engrandecimiento de esta.

Muchas Gracias.