21 de octubre del 2022.

Ponencia y presentación de Libros.

Casa de la Cultura de Puerto Plata, República Dominicana.

 

“El rol de los dominicanos en el exterior en el desarrollo nacional.”

Diáspora y Desarrollo, Volúmenes 1 y 2.

 

Buenas Noches,

Honorable Kenia Desangles, Vicealcaldesa de la Ciudad de Puerto Plata.

Señor Allen Campos, Director Provincial de Cultura, Puerto Plata.

Señora Albania Chaljub, Directora Provincial de Bellas Artes, Puerto Plata.

Señor Luis Alberto Morrobel, Ex-Alcalde de Villa Isabela.

Oficiales Provinciales y Municipales electos o designados, aquí presentes

Miembros del Consejo Directivo de Diaspora & Development Foundation, aquí presentes.

Residentes de Puerto Plata,

Amigos todos.

 

Buenas Noches,

Luego de los formales saludos que los expositores acostumbramos a ceder al inicio de una ponencia o alocución pública, con regularidad, en las siguientes y primeras estrofas, fijamos el tono que corresponde con la temática. Y de ahí pasamos de lleno a establecer le idea central del intercambio.

Por mi parte, y visto mi formación, como arquitecto, estilo iniciar cada intercambio, guardando elogio, admiración y respeto por la infraestructura que nos cobija en ese día. Y más aún, sí esta es un hito o una pieza que posee algún valor histórico, urbano y porque no, hasta social.

En esta ocasión ese beneficio se me otorga nueva vez, permitiéndoseme llegar a ustedes en una velada del joven otoño, desde unas de las tantas valiosas piezas arquitectónicas que guarda esta pluriétnica e histórica ciudad de Puerto Plata. La edificación conocida originalmente como la “Sociedad Recreativa Fe en el Porvenir”.

Y para impulsar esa aclamación, robaré abiertamente las palabras entramadas en tertulias de hace dos siglos; las valoraciones vaciadas en un inventario municipal y las apreciaciones fraguadas por el historiador estadounidense de la arquitectura, Robert S. Gamble, y el indiscutible puertoplateño, el Dr. José Augusto Puig.

Pero antes de citarles, les confieso que, se me ha hecho bien difícil encontrar fuentes que no se repitan, al describir su esencia. Y gracias a los arquitectos Rubén Merette Rodríguez y al Mentor Omar Rancier, por facilitarme el camino para encontrarlas. Y cito: “El edificio de tres niveles ricamente adornado con columnas y barandas torneadas, tragaluces y crestería: pero lo que más suele llamar la atención sobre el mismo es el techo abuhardillado tipo “Manzard” que se desarrolla en el tercer nivel.” Eso lo extraje de unas tertulias de hace dos siglos, que me imagino todo puertoplatence puede recitar.

De igual forma, en las notas de Inventario Arquitectónico de la Oficina de Patrimonio Cultural de Puerto Plata logramos encontrar que, “con el ayuntamiento, es uno de los dos edificios que quedan de cuatro originales que en la primera década del siglo XX formaban una fila armoniosa y graciosa que definía el lado Este del parque; en sí mismo, es buena representación del gusto Victoriano. De “tres” pisos. Se conservan en su mayor parte los adornos en su madera original y se distingue por su techo raro de tipo “mansard”, con buhardillas y balcones, y su galería en escuadra en los dos primeros pisos. Merece urgentes medidas de conservación, pues amenaza desplomarse por quiebra de viga maestra en el segundo piso.”

Por su parte, en la página 73 del libro conjunto de Puig y Gamble, Puerto Plata: Conservación de Una Ciudad, leímos que, “La antigua ‘Sociedad Fe En El Porvenir’ está en necesidad urgente de reparación, tanto estructural como “cosmética”. Es susceptible de ser restaurada para algún uso cívico sí, como se nos ha manifestado, sus socios están en actitud de entendimiento.”

Todas y cada una de sus descripciones, atrapadas en diptongos en re menor, sobre sinónimas partituras que describen en arpegios una misma estructura. Algo así como la conjugación de la descripción del anfitrión, el invitado y el inmueble. Ustedes, yo y la fe en el porvenir.

En cierto modo, aunque he sido invitado aquí esta noche para presentarles dos libros, escritos ambos a través del lente de un dominicano en el exterior, a lo que nos estamos encauzando es a encontrar nuestro rol, en un paralelismo entre esa comunidad reinventada, que reside físicamente fuera; la renovada Ciudad de Puerto Plata y este restaurado edificio que lleva de nombre, “Fe en el Porvenir”.

La historia escrita de quienes fuimos inició hace más de cinco siglos, en La Isabela, bastante cerca de aquí. La historia de nuestra democracia inició hace menos de un siglo, en la diáspora, un tanto lejos de aquí. El relato de quienes somos, aun lo estamos escribiendo, tan lejos como tan cerca de aquí.

A sabiendas de la separación entre los tiempos y los destinos, las causas siempre se encuentran. Aun sin saber su lugar, más temprano que tarde, siempre se encuentran.

Ahora. ¿Por qué ahora y no antes o después?

Definir el rol de una comunidad que se identifica con una nación donde no vive físicamente, como lo somos los dominicanos que vivimos más allá de los arrecifes que definen geográficamente la isla, no es algo que los que residen en ella, puedan procesar a plenitud. Y aunque lo evidente a veces no necesita ser explicado, esta vez vemos como necesario, fijar la importancia del rol de los dominicanos en el exterior en favor de la nación con la que se identifican.

Y hablamos de ahora, porque es en este instante que la Patria y los expatriados entienden que hay un espacio que crear, para que los nacionales residentes fuera de su territorio que quieren ser partícipes de su desarrollo, puedan.

Lo cierto es que, estamos en un momento idóneo para crear canales de inclusión, establecer el vínculo de manera más formal, efectiva y sincera. Justo ahora, después de una segunda y tercera generación luego de haber partido desde República Dominicana, cuando la comunidad comienza a presentar riquezas, es que está más dispuestas a favorecer la nación de origen, porque puede y porque la nostalgia lo dicta paradójicamente como su nuevo Norte.

Justo ahora, consiguiente a superar los perfiles que definen a las primeras emigraciones de una nación en vía de desarrollo hacia una desarrollada, es que se comienza a identificar una alta presencia en los círculos de poder político, institucional, profesional, empresarial y comercial en estas nuevas naciones donde residen los expatriados. Y ahí el componente detonante.

Desde allá, queremos y podemos. Y aquí se ha alcanzado una valoración de gratitud que refleja que también se quiere. Es exactamente ahora, cuando es más significante la integración de los dominicanos en el exterior, en el desarrollo nacional.

Esperar una generación más, evitaría esa posibilidad a plenitud. Es textualmente ahora en este instante que debe lograrse esa conectividad formal. Justo después de la segunda o la tercera. Porque a partir de una cuarta generación, el vínculo se desvanece por siempre y no hay forma de rescatarlo. Y con ello, el patrimonio que esta guarda. Desde lo económico a lo cultural, desde lo político a lo intelectual, si no existen canales de vinculación, se pierde todo.

Los ejemplos están ahí para ser consultados de manera reflexiva. En las comunidades judías, contrastadas con las italianas, irlandeses y chinas. Estas últimas tres no supieron capitalizar sus diásporas en el momento que debían y hoy día solo son comunidades de esas naciones, por nombre. Los ciudadanos norteamericanos que se definen como italianos, solo son eso. Una identidad. Guardan los gestos, el timbre de vos, el paladar, la música y con quien congregan, como referencia italiana. Pero con su nación de origen, no tienen vínculo. Ese patrimonio económico, político, cultural e intelectual, se perdió por completo. Y por siempre.

Miremos lo importante del vínculo.

Si le preguntas a uno de ellos, en el Pequeño Italy en New York, ¿de dónde eres?, te responderán, “Italian”. Y si le preguntas, “¿qué vínculo guardas con tu nación de origen?”, te responderán, “ninguna”. Lo mismo sucede con los irlandeses en Boston, Massachusetts y con los chinos y coreanos en Los Ángeles, California. Como comunidad y colectivo, no guardan vínculo más allá de los gestos, el timbre de vos, el paladar, la música o con quien congregan. El patrimonio colectivo y las riquezas que poseen no hay forma de recuperarlas en favor de sus naciones de origen. Se llegó a una cuarta generación y no existían canales de inclusión definidos en sus naciones de origen que le permitieran ser partícipes o influyentes sobre el desarrollo de sus países. Por lo tanto, siguieron llamándose como se sentían ser, pero no guardaron conexión alguna. Ambas partes perdieron.

Muy diferente a la comunidad judía. Quien vale resaltar que es por ella que el concepto de diáspora surge. Definida Israel como nación, el estado de ese joven país entendió que la mejor forma de impulsar su desarrollo, lo era a través de la inclusión de sus nacionales en el extranjero. Y ahí comenzó a crear los vínculos formales. Si le preguntas a cualquier miembro de la comunidad judía de Estados Unidos, “¿guardas algún vínculo con Israel?”, su respuesta será afirmativa. Esa comunidad sigue conectada a su terruño. Entienden su rol y ayudaron a construirlo.

Entendiendo los capitales que definen un patrimonio, es que entonces podemos entender lo que está aquí en juego. Ojo, que no son las remesas. Y tampoco son los US$10 cobrados como tarjeta de turista a los nacidos en República Dominicana al regresar a su nación de nacimiento; ni tampoco son los US$25 que se le cobran a los que se identifican como dominicanos pero que nacieron en el extranjero, al visitar el país. No es en transacciones personales o en actos impositivos que radica el patrimonio de la diáspora.

Como tampoco lo es en la compra de un apartamento en Punta Cana o aquí mismo en Puerto Plata. Ninguno de esos ejemplos son los capitales que definen el patrimonio de una población en diáspora.

Para que entendamos el capital al que me refiero, valoremos elementos demográficos de los dominicanos en Estados Unidos. Cifras que traerán luz al riesgo que existe de perder el patrimonio, si no se habilitan desde ya, canales de inclusión.

Según nos indican las cifras oficiales del Censo de los Estados Unidos, allá, la población dominicana ha crecido a un ritmo más acelerado que el resto de la población en el país. Y no ha disminuido en los últimos años. Ha pasado de 1,041,910 en el 2000 a 1,537,558 en el 2010. Un incremento de 47.6% en ese periodo de 10 años. Y en la subsiguiente década hasta el 2020, alcanzando 2,216,258. Totalizando un crecimiento de 112.7% en veinte años.

En una reciente publicación, fechada con el 5 de octubre del 2022, Statista, la institución líder en proveer información demográfica al sector privado y sus iniciativas, indica que las personas que se identifican como dominicanos en Estados Unidos, ya han alcanzado 2,393,720.

Esa cifra de casi 2.4 millones de dominicanos, citada por Statista, nos coloca como el quinto grupo hispano/latino más grande de los Estados Unidos. Y visto la tendencia de los últimos veinte años, es evidente que, nos encaminamos a superar antes de que concluya la década, a la comunidad cubana y la misma salvadoreña las cuales actualmente guardan la cuarta posición con 2,400,150 y tercera con 2,473,950, respectivamente. Es en ese momento, donde alcancemos a ser la tercera comunidad hispana más grande de los Estados Unidos, detrás de los mexicanos y los puertorriqueños, que lo evidente ya no podrá ser ignorado. Ni aquí, ni allá.

Siguiendo con lo recopilado en el Censo de Estados Unidos, el motor de crecimiento de la población dominicana sigue siendo la inmigración. Entre 2010 y 2020, más de 400,000 dominicanos migraron a los Estados Unidos en términos netos. Esto es de hecho mayor que en la década anterior, del 2000 al 2009, cuando la emigración dominicana neta hacia Estados Unidos fue de 285,577. Esas cifras tienen varias explicaciones. Pero la más evidente no es la inmigración ilegal.  Esos números tienen más que ver con las solicitudes formales que han hecho familiares de primera y segunda generación, conocidas popularmente como pedir a un familiar, que con cualquier otra cosa. A diferencia de las primeras generaciones que emigraron desde República Dominicana en los sesenta, setenta y ochenta, que reusaban hacerse ciudadano estadounidense por no querer dejar de ser dominicanos, luego del cierre del siglo pasado, donde la doble ciudadanía surgió, los dominicanos legalmente residentes en Estados Unidos comenzaron a echar raíces, iniciando con el gesto de optar por la ciudadanía de ese país.

Además de la inmigración sustancial, la población dominicana nacida en los Estados Unidos ha ido en aumento bruscamente en los últimos diez años. El monográfico efectuado por el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de New York fija que, entre las inmigrantes latinas, son las dominicanas las que más están dando a luz. En el 2020 se contaron que, hasta la fecha, 935,261 dominicanos han nacido en los Estados Unidos; frente a los 1,280,997 que nacieron en República Dominicana. Las cifras que indican el Censo de Estados Unidos, procesado en el 2020, dictan que, en una década, puede que los nacidos en Estados Unidos superen a los nacidos en la isla. Entiendan eso por un momento.

Ahora, si esa masa poblacional es insertada en el desarrollo democrático y productivo, estoy consciente que será determinante en nuestro crecimiento político y socioeconómico.

¿Somos tantos como somos los que podemos impactar el desarrollo?

La respuesta corta es no. De 2.2 millones de personas que se identificaron como dominicanos en el Censo de Estados Unidos, solo 1.2 de ellos puede realmente incidir de manera directa sobre el desarrollo en República Dominicana. Es decir, electoral, social y económicamente. Esa es una realidad. Solo los nacidos en la isla pueden impactar realmente sombre el desarrollo nacional, sin reservas ni limitaciones.

Por ello vemos como vital, el que se facilite de manera ágil y fluida la ciudadanía dominicana a toda persona de origen dominicano, que haya nacido fuera del territorio y que constitucionalmente pueda. Ese es un primer y valioso paso para establecer el vínculo. Mas que sentirse ser de un lugar o identificarse con un segmento poblacional donde resides en el exterior, es importante saber que además lo eres legal y constitucionalmente.

En países como México, Guatemala, por citar algunos, el descendiente que nace fuera, lo hace prácticamente en su tierra de origen a la vez. Aunque República Dominicana tiene un procedimiento en orden, hay resaltar que, es costoso e innecesariamente burocrático. En estos otros países, se incentiva a que la ciudadanía sea otorgada con la menor cantidad de trámites. Prácticamente un acto automático. Estas naciones poseen rutinas agiles, que permite a los padres someter al Consulado local, la cedula o pasaporte del padre y el acta de nacimiento del recién nacido, el mismo día que nace, y en cuestión de horas, recibir su ciudadanía de origen también. Cero trabas. Mas bien se estimula. Es decir, el mismo día que nació, lo hizo para dos naciones.

La suma de los más de 900 mil nacidos en Estados Unidos y el millón dos cientos mil nacidos en República Dominicana, hay que hacerlas una lo antes posible. Sino de que sirve decir que en Estados Unidos son 2.2 millones. Esa cifra solo guarda valor para los intereses de esa nación no para República Dominicana.

Por eso siempre enfatizo a los miembros de la diáspora, que hagan de sus hijos, sobrinos y nietos, ciudadanos dominicanos, para que esas cifras coincidan, aquí y allá. Para realmente ser relevantes en Estados Unidos y para con la nación con la que nos identificamos. Eso es importante. Reitero, es vital, para guardar real influencia sobre el desarrollo y porvenir de República Dominicana.

Hablemos de las riquezas que existen en la diáspora, más allá de la pobreza que se desconoce.

A pesar de que hay indicadores que sitúan a los dominicanos en el exterior de estar por debajo de la media de ingresos anuales con un per cápita de $ 22,551 en el 2019, igual a 61% del ingreso per cápita del hogar promedio de los Estados Unidos equivalente a $36.990, su impacto sobre el PIB de República Dominicana diría lo contrario.

Los comparativamente bajos ingresos de los dominicanos se reflejan también en índices de pobreza relativamente altos. Cerca de uno de cada cinco dominicanos, 19%, vivía en hogares con ingresos por debajo de la línea de pobreza en 2019. La tasa de pobreza general en los Estados Unidos fue del 12.4%, y entre los hispanos/latinos en general fue del 17.3%. Sin embargo, esas cifras guardan un conflicto con la realidad, por la forma en lo cual el dominicano en el exterior con negocio o actividad comercial propia pudiera declarar fiscalmente.

No obstante, contrastando esas cifras de penuria, los dominicanos han tenido una de las tasas promedio más altas de crecimiento en ingreso familiar per cápita de cualquier grupo étnico o racial en los Estados Unidos durante los últimos 20 años, incluido el de otros hispanos/latinos. Para conocer con más detalles a al respecto, les recomiendo que valoren el monográfico recientemente publicado, titulado: “Perfil Socioeconómico de los Dominicanos en Estados Unidos” del Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de New York. Esa institución es la mayor y mas importante fuente de investigación dominicana en los Estados Unidos.

Para diferir esa valoración de escases económica de los dominicanos residentes en los Estados Unidos, están las remesas, las cuales parecen ser el gran termómetro de la riqueza de la diáspora dominicana. A los periódicos y a algunos políticos les gusta citar los US$10,000 millones del año pasado, sin saber que eso apenas responde al 5% de nuestro potencial económico y otras riquezas. Por ello siempre evito las remesas. Porque además de ser cambiantes y comparativas al Producto Interno Bruto -PIB, estas borran el componente humano y eliminan la posibilidad de que seamos relevante más allá de ella.

A inicio de año fijé en el Periódico El Dinero, que ese monto de transferencia anual se está acercando a su pico y su poderío porcentual sobre el PIB se irá reduciendo según siga creciendo la economía del país. Lo que hoy es 11% en una década puede tan solo ser un 7%. Y hasta mucho menos en un cuarto de siglo. Incluso, la cifra depende más de factores migratorios recientes que del sentir filantrópico de sustento que proyecta.

Cuando me refiero a nuestro potencial, utilizo el término “patrimonio”. Esa referencia sí que engloba toda la riqueza de la diáspora dominicana. La económica, la política, la cultural y la intelectual.

La económica, por ejemplo, que solo el año pasado representó casi diez veces el monto que emitimos en remesas, patrón fijado en el año 2018 por la Organización Internacional para las Migraciones -OIM, quien estimó que el ingreso anual promedio de los dominicanos en el exterior que envía remesas es de 9 a 10 veces más que el monto de lo enviado. Esa valoración indica que solo en sueldos, los dominicanos en el exterior recibieron más de 100,000 millones de dólares en el 2021. Reitero, en salarios. Ahora agréguele a ello, nuestras reservas personales en los bancos de Estados Unidos, las cuales se avecinan a 6,000 millones de dólares.

Incluso, ya que estamos hablando de cifras que además de desconocidas, resultan extraordinarias e impresionantes, veamos más allá del efectivo. Los negocios de los dominicanos en el exterior tienen un valor. Y las propiedades que lo albergan al igual que las residencias que poseemos, guardan en sí, un valor en forma de capital o “equity”. Esa es una riqueza de la cual no se habla.

O, por ejemplo, nuestra capacidad crediticia personal o empresarial. Imagínense que nosotros pudiéramos transferir ese score crediticio personal o empresarial, o el propio “equity” de nuestros negocios en favor de proyectos personales o para el país. Ahí si que estamos hablando de riquezas económicas tangibles.

Hay instrumentos monetarios, que bien podrían convertir a los dominicanos en el exterior, en la gran fuente de financiamientos e inversión del desarrollo de su nación de origen. Con aportes directos vía Bancos Cooperativos de la Diáspora; Bonos de la Diáspora; el Fondo Fiduciario de la Diáspora y el Fondo de Inversión de la Diáspora. Todos capaces de capitalizar proyectos de desarrollo de infraestructura vial o de transporte masivo; de muelles, aeropuertos y líneas de tren interprovincial, o de infraestructura física o virtual para la educación, la salud y la seguridad nacional.

En el caso de unos bonos exclusivos para la diáspora, la idea, la cual una vez pensé ser propia, al indagar más y buscar soporte de experiencias similares alrededor del mundo, con el tiempo supe que no era una idea original, pero si efectiva y posible. Por más de 50 años han existido los ‘Bonos de la Diáspora Israelita’. Este versátil instrumento de valores ha permitido que los expatriados puedan ser partícipe de proyectos específicos de infraestructura y desarrollo de su nación de origen y a la vez recibir un retorno por ello. Es decir, puedes participar en el crecimiento de tu nación de origen sin riesgo y sin estar allí presente.

Si algo nos ha enseñado la economía de Israel, es que su éxito siempre ha dependido del apoyo de la población judía externa a su territorio en el Medio-Oriente.

Por su parte, un fondo fiduciario permitiría que los dominicanos retornantes a su país pudieran acceder a préstamos de bajos intereses, para la compra de una vivienda, instalar un negocio con supervisión técnica, solicitar un préstamo para sus hijos poder estudiar en nuestras universidades o cursar maestrías en el extranjero. Sería un fondo versátil, con componentes para cubrir gastos de salud y hasta facilitar subsidios a los inventores y creativos residentes en el exterior. Imagínense eso. Que uno de los nuestros, nacido en el extranjero, logre el subsidio necesario para desarrollar una investigación o invención y que esa posteriormente sea patentizada o registrada aquí. Eso es crear patrimonio intelectual. ¿Y de como capitalizar una fiducia de este tipo?, se preguntarán. Pues por vía de los remanentes que producen los flujos bancarios que ejercitan las mismas remesas o simplemente titularizándolas. La legislación ya existe. Solo hay que ponerla en práctica.

Además de las inversiones directas y activas en proyectos de agricultura, habitacionales y las zonas francas en las que los dominicanos en el exterior quisieran participar, los fondos de inversión, tal como lo indica, es posiblemente el más fácil y pasivo instrumento para la diáspora. Lo entienden y conocen su estructura de retorno. Estaríamos invirtiendo nuestros ahorros en fondos asegurados, en vez de tenerlos guardados en el capital de nuestras propiedades o las cuentas en los Estados Unidos. Pueden leer mas sobre la propuesta económica en mi artículo “La Economía de la Diáspora”.

Pero no nos vayamos más lejos, si el gobierno dominicano no puede visualizar la creación de esos instrumentos de inclusión, estamos seguros de que el empresariado nacional desarrollaría un Banco Cooperativo de la Diáspora o un Banco de Segundo Piso, desde donde pudieran bien ofertarse todos y cada uno de esos instrumentos de desarrollo, en favor de la nación dominicana.

Es mi opinión que, antes de que lleguemos a la mitad del siglo, los países que hoy llamamos en vía de desarrollo, que guarden estabilidad económica y judicial, y que posean grandes y activas poblaciones fuera de su territorio y que además se identifiquen con su nación de origen, y estas a su vez tengan canales de inclusión definidos, terminaran por liberar a estos estados y poblaciones de las tradicionales agencias internacionales de financiamiento y cooperación, como lo son el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo -BID, GTZ, JICA, Alianza Francesa, USAID y otras.

Hablemos de la riqueza cultural e intelectual

Y de la posibilidad de servir de transmisores de conocimiento.

Observen las riquezas culturales que tenemos en frente en nuestras pantallas de televisión y en la de nuestros celulares. Desde figuras públicas en los órdenes de las artes, el entretenimiento, la comunicación y el deporte. Todas riquezas y todas nuestras, de la diáspora. Pero las más determinantes son las que hemos adquirido en las aulas de los centros de estudio y en los pasillos donde se deciden los futuros empresariales y políticos, de las comunidades donde vivimos.

Los dotes intelectuales, de investigación y conocimiento creativo, científico, técnico y profesional, complementado por una ola de presencia corporativa y técnica en altos rangos de las más importantes empresas de Estados Unidos o la misma fructífera participación política y representativa de la última década, muestra un capital humano del que tampoco se habla a pesar de ser un componente de riqueza transferible.

Se cita constantemente en los medios de la isla, que si la de la Nasa o la arqueóloga es dominicana. Que si el alcalde tal o el congresista aquel es dominicano. Que si la actriz tal o la violinista aquella es dominicana. Que si el decano de tal universidad o este banquero es dominicano. Que si ese arquitecto o aquel cardiólogo es dominicano. O que si la autora aquella o el pintor aquel son dominicanos.

No hay que ponerles nombre y apellido a esas fuentes, solo saber que, si existieran reales canales de inclusión y participación, ya estuviéramos contando como país, con esos recursos. Y su valor es incalculable al momento de transmitir ese conocimiento y las relaciones que llegan con ello. Mas que el evidente orgullo, esas figuras poseen un capital que no ha sido explorado o considerado.

La riqueza política

En una reciente exposición que sostuve en Rhode Island, fijé en cierto modo como, desde nuestra independencia hasta nuestra actual democracia, determinantes aportes se habían hecho desde la diáspora. Solicité que saliéramos en busca de nuestro primer nacional, para confirmarlo. Juan Pablo Duarte, padre de la República Dominicana. Quien falleciera en lo que pudiéramos llamar la primera diáspora dominicana. En el exilio. En Caracas, Venezuela, desde donde financió la gesta hasta fallecer el 15 de julio de 1876, a los 63 años. Solo. En la diáspora de uno. De unos pocos más. Costeando con dinero y dicha, con pensamiento y perseverancia, la independencia dominicana. Desde la diáspora. Valoremos eso por un momento.

Expliqué por igual en ese instante, como poco más de medio siglo después de la muerte de nuestro Duarte, nos encontraríamos con el Partido Revolucionario Dominicano y su fundación, cerca de La Habana, Cuba, apenas iniciando el 1939. En la diáspora que allí se congregaba para enfrentar y eliminar las barbaries del tirano. Resalté por igual que, al año de haber iniciado esa lucha, ya se definían otros espacios desde donde otros dominicanos se organizaban y exponían. En la importante diáspora progresista, en New York y luego en los combatientes polos y rápidamente se crean seccionales en México, Puerto Rico, Venezuela. En esas diásporas se planificaba la democracia dominicana. Imagínense eso. En la diáspora. Forjando la democracia que necesitaba la nación. En compromiso. En cofradía. En complicidad. Valoremos eso por un momento.

La democracia de la cual gozamos hoy surge en gran parte por lo ocurrido y gestionado desde la diáspora. Un acto estratégico y complementario a las luchas clandestinas que se llevaban a cabo aquí en la Patria. Y eso es algo que aun no hemos llamado por nombre.

Esa riqueza y experiencia democrática del pasado, avalada ahora por las décadas que hemos vivido bajo los conceptos de libertad, en un sistema de consecuencias, hace de nosotros una más valiosa fuente democrática. Justo ahora que podemos ser partícipes en las elecciones dominicanas desde el exterior, se da paso a ese otro capital.

Ya no es que una centena de dominicanos están viajando al país para ejercer su voto, ahora son más de medio millón empadronados para votar en el extranjero. Ese pool es un potencial que no creo que el país aún ha registrado como capaz de impactar una contienda electoral.

Si en los próximos años se logra empadronar el resto de los 1.2 millones de nacidos en República Dominicana que residen en Estados Unidos, que estén en edad para votar y a ellos se le suman los nuevos nacionalizados de más de 18 años de los 900,000 y tantos nacidos allá, eso indiscutiblemente determinará tanto el perfil de quien se postula y los propios mecanismos de nuestra democracia. Incluso de hasta cómo se hace política, las expectativas y los candidatos que aspiren. Y porque no, hasta decidir las elecciones. Y ahí lo dejo.

Cierre

Señores, pudiera cerrar la noche argumentándoles otros tan importantes canales de inclusión para impulsar el desarrollo del país en lo económico, lo intelectual y lo democrático, con los recursos que posee la diáspora. Aquellos que aún no se han valorado, porque requieren de trabajo, coordinación y empeño. Del mismo tesón que se requirió para lograr la doble ciudadanía y el voto en el exterior.

Pudiera incluso, entrar en ciertos detalles sobre los libros que les estamos presentando aquí esta noche y para lo cual me han invitado y esperar que mis palabras sean capaces de extender una lección. Pero lo valioso de esta noche es que, ustedes puedan salir pensando muy diferente a como veían su diáspora. Incluso, a cómo se ven ellos mismos dentro de su nación de origen.

Pero lo que más pudiera aspirar es que lograran entender que, sin esa comunidad en el exterior, la Patria no puede alcanzar su máximo potencial. Eso es fundamental, para asimilar lo que hemos hablado hoy y lo que mis libros dictan.

Cierto que los volúmenes de Diáspora y Desarrollo y las cien piezas que lo componen van más allá de ser la colección de mis opiniones. Y que en el contenido se registra una ambiciosa óptica, fortalecida por el interés de cederle a los inmigrantes dominicanos y porque no, a los latinoamericanos residentes en los Estados Unidos, un discurso acorde con el enriquecedor roce cultural al que han sido expuestos.

Pero, sobre todo, los considero importantes, si queremos cambiar la forma en la que hablamos y conversamos sobre el futuro del país. Porque hasta ahora, solo existe una percepción de la diáspora dominicana. Y es una incompleta.

Los caudales

Señores, los caudales del patrimonio de la diáspora son incalculables, y estarán a la disposición de la Patria cuando los canales de inclusión se definan de manera clara y respetuosa de nuestro rol en el futuro del país. En lo social, en lo económico y en lo político. Justo ahora, cuando tenemos todo el interés de pasar de un rol de filantropía caritativa a uno de filantropía de inversión.

Les aseguro que, sí República Dominicana establece honestas legislaciones de inclusión sobre participación política y de inversión, y que además muestra estabilidad institucional en lo fiscal y jurídico, los capitales intelectuales y económicos de sus diásporas, se desbordarán hacia su nación de origen y se convertirán en el principal recurso y fuente de contribución social y económica.

Este es el momento. Antes de que los que nacieron allá, superen significativamente en números, a los nacidos aquí. Y la posibilidad de que el vínculo se desvanezca. Como hemos visto que les sucedió a otras poblaciones inmigrantes en Estados Unidos.

En este momento, Diaspora & Development Foundation está construyendo los programas que requiere esa creación de vinculo. Estamos, además, asesorando a los legisladores que han mostrado interés en crear las leyes necesarias para ello. Y en el orden empresarial, estamos forjando los enlaces necesarios para comenzar a definir esos canales de inserción. Incluso, al punto de presentarle al Presidente Abinader y su gabinete, la Primera Agenda Integral de Cooperación y Desarrollo de la Diáspora para con el Gobierno Dominicano. Vamos bien y estamos regando la voz. Es importante que todos sepan lo que puede perderse por no actuar.

Señores, la diáspora es una comunidad que conserva en su mayor parte, los valores originales con lo cual se define la dominicanidad. La población que vive fuera del territorio nacional, es un ente vivo y activo, que quiere ver su nación de origen, alcanzar su máximo potencial. Por ello, además, merece urgentes medidas de inclusión y conservación, pues su riqueza en favor de su nación de origen se ve amenazada, al punto de poder desvanecerse. Algo como lo que en su momento también sufrió este edificio.

Y les confieso que, se me ha hecho bien difícil encontrar fuentes que no se repitan, al describir nuestra esencia, la dominicana. Que, si conceptualmente somos una comunidad de uno, dos o tres niveles ricamente adornada con columnas comunitarias y barandas sociales torneadas, tragaluces políticas y crestería de lo posible: donde lo que más suele llamar la atención sobre el mismo es su aparente techo. Algo como este edificio.

En cierto modo, aunque he sido invitado aquí esta noche para presentarles dos libros, escritos ambos a través del lente de un dominicano en el exterior, a lo que nos encauzamos fue a encontrar nuestro rol, en un paralelismo entre esa comunidad reinventada y resiliente que reside físicamente fuera del territorio nacional y el desarrollo de la nación que ve como su origen y su futuro.

Y aunque la historia escrita de quienes fuimos inició hace más de cinco siglos, en La Isabela, bastante cerca de aquí, el relato de quienes somos, aun lo estamos escribiendo, tan lejos como tan cerca de aquí. Consciente de que, a sabiendas de la separación entre los tiempos y los destinos, las causas siempre se encuentran. Aun sin saber su lugar, más temprano que tarde, siempre se encuentran. Los pueblos. Su gente y sus valores. Como se ha encontrado esta noche este pueblo, la diáspora y este edificio. Ustedes, yo y la fe en el porvenir. Alucinados todos en una noche de un joven otoño, conscientes de que la nación que todos soñamos aún existe.

Buenas Noches.