CONVERSACIONES CON LA DIÁSPORA -Comencemos a escuchar a la Diáspora, por qué estoy seguro de que la Nación que ellos sueñan, aún existe..

Esta semana me senté a conversar con Héctor Jiménez, un petromacorisano de más de tres cuarto de siglo en edad, el cual a pesar de tener mucho tiempo de haber salido de su Patria, dice “aún no la olvido”.

Nos cuenta el polifacético empresario dominicano, cuyos negocios ya han trascendido los arrecifes en donde nació, que pasada la muerte de Trujillo, “aunque había mucho optimismo, la incertidumbre presentaba un ambiente inseguro y nada atractivo, para seguir viviendo en la isla, durante ese periodo.” Siendo hijo de madre borinqueña, sus padres coinciden en que lo mejor es partir para Puerto Rico, en lo que llega la calma. “Recuerdo que yo tenía diecinueve años, en el ’59”. Eso me lo cede en una voz con tono soterrado de impotencia, haciéndome saber que no había sido decisión suya.

Ante tan difícil realidad, el joven acepta la decisión de sus padres, y opta remar desde la turbulencia de su realidad, hacia la calma de un supuesto futuro que, como joven, solo lo ve como uno más incierto que el de su escenario. Pero siempre confió en las orientaciones de sus padres. Y así lo haría en de este nuevo lugar. Dice no haberse sentido tan distante de lo usual, pues en las voces de otros, encuentra el timbre y acento de aquella que le dio vida.

Tico, como se siente cómodo en que le llamen aquellos que le aprecian, retiene escenas del pasado, como poca gente con la que he hablado en largo tiempo. Inicia su relato, citando memorias de cuando niño. “Recuerdo que aprendí a leer con Doña Victoriana y después fui al Colegio de las Hermanas “Cream”, terminando el bachillerato en La Salle de San Pedro, antes de irnos”, nos agrega.

La necesaria perseverancia de la que habló Amada Vargas, en otra conversación que publicara hace unos días, aquí la veo encarnada. Jiménez comienza a trabajar con su Papá, en el negocio de los automóviles. Y lo aprende tan bien que, al punto de 15 años en ese oficio, decide llevar sus conocimientos y contactos a la emergente economía dominicana, y poner un negocio de venta y compra de vehículos.

Pero la vida pone pruebas a aquellos que sabe que son capaces de lidiar con ellas. Héctor Jiménez, ya hecho un hombre de familia, quien intenta regresar a su país a triunfar en los negocios, se ve distraído poco después de su llegada, por el inesperado quebranto de su madre en Puerto Rico. Con el ir y venir entre las islas, esas importantes y definitivas informaciones que había confiado en otros para averiguar caen en oídos sordos, y con ello, en el peor de las posibilidades. Con dinero invertido, a medio mudar y vehículos comprados, lo último que Jiménez esperaba, era que sus socios nunca habían considerado el impacto de los impuestos sobre la inversión y las ganancias. La posibilidad de volver a la Patria culmina en solo una desbancada ilusión.

Pero para entender qué tipo de hombre que es, hay que aceptar que muchos otros hubieran retrocedido. Esa decisión que se tomó cuando él tenía 19, es una sobre la cual el no tuvo atribución. Esta vez, pasado los años, en otro escenario de mucho optimismo, pero marchitado por la incertidumbre que se presentaba como un ambiente desbancado y nada llamativo, a Héctor le toca tomar su decisión. ¿Irse de nuevo o quedarse? En vez de tomar la más fácil decisión y retroceder, junto a su pareja, optan por quedarse en su media isla y seguir adelante.

De toda tragedia, surge una gran oportunidad. Confiado en una receta hogareña, compran un terreno en la 27 e instalan, lo que sería un hito durante décadas, La Casa del Mofongo. El lugar que durante época reconocíamos desde lejos, por el gran pilón en su letrero próximo a la Churchill, toma un auge increíble, permitiéndole estabilizarse económica y emocionalmente.

Dice que dignatarios y famosos se paseaban por su negocio a comer mofongo. Y de ahí surgen relaciones que nunca imaginó. Atribuye su éxito al trato a la gente, la calidad del servicio y su atención al detalle. Con orgullo me agrega, “era tanto el plátano que había que majar, que hasta una maquina moledora inventé”.

La experiencia le permite diversificarse y generar más de un negocio, afirmando lo que siempre supo que era, un pluri-empresario. Con el pilón estable, su ir y venir entre las islas, le facilita conocer otros “ventures”. Ahí le presentan el mundo de los cosméticos, convirtiéndose en poco tiempo, en un gran mercadólogo y distribuidor de productos de belleza para el hemisferio americano. Ese ejercicio lo lleva a entender el mundo de las exportaciones e importaciones y con ello, otra oportunidad de negocio. Recuerda estar viviendo en tres países a la vez y no saber cómo lo hacía.

Pasadas las décadas, Don Jiménez, dice “no tener con que pagarle” a su padre, por las enseñanzas de ética en y hacia el trabajo. El valor de la palabra, la dedicación, la seriedad, el ser transparente y el levantarse todos los días con buen pie, son los elementos que su padre le inculcó, y los que resalta como fundamentales para su éxito.

A pesar de haber sido operado del corazón dos veces, este activo bisabuelo residente del Sur de la Florida, de más de 40 años, me agrega que “los años son la mejor escuela. No hay mejor academia que te enseñe las lecciones que te puede enseñar la vida. Pero tienes que estar dispuesto a vivirla.”

Ya ha disuelto o vendido todos sus negocios físicos, y desde hace tiempo solo maneja actividades comerciales de manera virtual, en el mundo de los valores y los “commodities”. Oportunidad que se le presentara, mientras interactuaba con banqueros, abogados y empresarios, en esos años de mucho viajar. Desde oro hasta crudo de petróleo, desde plásticos hasta café, Héctor, el joven que salió de San Pedro de Macorís, porque sus padres querían darle una mejor oportunidad, hoy se ha reinventado otra vez y sigue apasionado con los negocios.

Dice no visitar tanto como quisiera, la patria que le vio nacer. Y se enorgullece en decir que es dominicano, cuando le preguntan de dónde es. Y para finalizar me dice en voz baja, “tengo tantos recuerdos de mi pedacito de tierra. Y aunque reconozco que nuestro gran logro ha sido la democracia, tú te imaginas que tan avanzado estaríamos, si los dominicanos nos pusiéramos de acuerdo”.

Terminando nuestra conversación, le aseguré que la nación que él sueña aún existe.
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