Para los que están en las afueras del Estadio, el poder político se determina por quien tiene derecho a entrar al Arena y quien no. En fin, quien tiene derecho al voto.
Para los que están en las gradas, aquellos con derecho al voto, ese poder se define por la capacidad de convocatoria de espectadores similares a ellos a favor de un equipo “x”.
Para los que están en el terreno de juego, lo único que guarda escala con el partido, lo es, a quien se le facilita o se le impide jugar o entrar al estadio.
Para los dueños de los equipos, es un asunto de recursos, sobre quien pueda pagar por los mejores jugadores o regalar más taquillas de entrada.
Pareciera imposible que dos comunidades dominicanas separadas en su punto más cercano por unos 1,200 kilómetros pudieran mostrar tantas similitudes en los órdenes políticos y electorales. Cuando tomas las concentraciones de dominicanos en el territorio que todos hemos acordado llamar “el sur” de República Dominicana”, a pesar de verdaderamente no serlo, y lo superponemos sobre la comunidad dominicana del sur de los Estados Unidos, encontrarás que ambas sufren de indiferencias similares, en los órdenes político-electoral y valoración social por parte de los oficiales electos y los aspirantes a serlo.
Ambas colectividades parecieran estar en demarcaciones que desde lejos simulan espacios sin resiliencia. Percepción que solo puede guardar un mórbido miope. Uno y otro territorio sufre de un axioma de desinterés por parte de sus líderes electos, como si estos portaran fatiga de compasión o sus austros fuesen infértiles ciénagas donde no abunda el compromiso, la receptividad, el empeño y la entrega sobre causas justas. Muy lejos de la realidad. Aunque entiendo como pudiera llegar a pensarse eso.
El Sur Profundo y el Estado del Sol
Sospecho que se imaginan cuáles son esas dos comunidades dominicanas separadas por miles de kilómetros que pudieran mostrar tantas similitudes en los órdenes políticos y electorales. Esas comarcas que he titulado como “sur”, albergan las orgullosas, pero ariscas poblaciones de las provincias de Azua, Bahoruco, Barahona, Independencia y Pedernales y las dispersas concentraciones del Estado de la Florida. Todos, territorios de enorme riqueza histórica, natural, gran potencial económico, pero de anímica influencia electoral.
Ninguna de las provincias dominicanas notadas aquí, posee más del 2.5% del electorado nacional por sí sola. Y aunque su expansión territorial corresponde al 20.1% del territorio nacional, las cinco provincias apenas superan el 6% de los votantes registrados. Sin embargo, su enorme fuente de recursos naturales y los cuales favorecen la economía mezclada, que combina agricultura, ganadería y minería que, con la accesibilidad a las costas del país le rinde un valor estratégico territorial único, en lo turístico, lo productivo y lo agropecuario, podría verse como un escenario optimista. Pero el poderío político nunca ha tenido que ver con potencialidad económica, sino con los activos electorales del momento. Y la misma desidia que sucede con estas provincias del sur de República Dominicana, ocurre también con las comunidades dominicanas en el Estado de la Florida.
Convocatoria por encima de comercio
¿Importa que República Dominicana sea el principal exportador desde el puerto más importante del «Estado del Sol”, el de Miami, con 28,511 contenedores TEU en 2020? Y que, además, entre exportación e importación, no pierde su liderazgo comercial, y se mantiene como el quinto socio comercial más importante de la Florida, quien, junto a New York, es el tercer Estado más importante en elecciones nacionales de los Estados Unidos.
Ahora, ¿de qué sirve ser un importante socio comercial? Lo cierto es que, si no posee valor político o electoral esa designación importa poco. ¿Cuántos son y cuántos votan?, siempre ha superado la pregunta: ¿cuánto producen y qué potencial guardan? Por eso insistentemente hago el llamado a que las comunidades dominicanas y las latinas en general que residen en los Estados Unidos, conozcan sus números y sepan estructurar estrategias políticas acordes con ellos.
En la actualidad, la población que en Estados Unidos se define como dominicana, sobrepasa la cifra de dos millones de personas. Esta a su vez, ya supera en habitantes a 30 de las provincias de República Dominicana.
Aunque la cantidad no puede ser sinónimo de influencia o participación democrática, si podemos decir que, a mayor cantidad con derecho al voto en Estados Unidos y República Dominicana, mayor su influencia e importancia.
De esa población de dos millones que se identifica como dominicanos, una décima parte vive en el Estado de la Florida, donde en media década han mostrado un acrecentamiento de un 72% a 220,000. Una valiosa tendencia apoyada por los más de 83,000 habitantes dominicanos en el Condado Miami-Dade y los más de 43,000 en el Condado de Broward según las cifras preliminares del Censo para 2017. Estos dígitos, junto con los más de 30,000 que viven en las ciudades ubicadas en el centro del Estado hará que, en las próximas décadas el sureste de los Estados Unidos sea el próximo y más importante foco de dominicanos. Sin embargo, esa gran concentración solo guardará importancia si se enfoca su influencia en los nueve distritos congresuales donde habita, siendo políticamente más activa, visto su desfavorable y desconectada dispersión territorial actual.
Ser parte del 16% de votantes hispanos en el Estado del Sol, requiere de un mayor activismo electoral sobre lo local, que a cambio lograría una potestad Estatal de significativa relevancia, que a su vez sería transferible y determinante a un poder nacional. Pero para ello, hay que salir a votar en masa y en bloque. Y eliminar esa mentalidad de inmigrante sin interés de echar raíces. De insistir estar con el cuerpo aquí y la mente allá.
La diáspora dominicana en Nueva York representa alrededor de un 20.8% del voto hispano en el Estado, siendo la representación más extensiva tras el Estado de Rhode Island con un 29.7%.
Por consiguiente, el poder político de la diáspora dominicana se intensifica en los sectores donde ésta está concentrada. Esto incita el alto interés de los políticos locales y los de la isla, por acudir insistentemente a ella y lograr su atención.
Pero no todos los que están son los que son. Según el Pew Research Center, 7 de cada 10 dominicanos en Estados Unidos son ciudadanos americanos, con un 20,000 a 40,000 naturalizados anualmente. Es decir que, además de las restricciones de edad y la habitual abstención en los procesos locales, nuestra comunidad en la Florida es prácticamente nula, ante los ojos de los candidatos y líderes.
De cierta forma sucede igual cuando nos toca votar para los de “allá”, los de República Dominicana. Según la Junta Central Electoral, unos 595,879 de los más de 900,000 dominicanos en el exterior que pudiéramos estar, quedamos empadronados a tiempo, y autorizados a poder ejercer el voto en las pasadas elecciones del 2020. De esos, en Florida tan solo hubo 42,016 empadronados. Apenas 5,000 votos más que la provincia Independencia. Por ello, nadie debería estar sorprendido por el desinterés que emiten los candidatos dominicanos a la Presidencia, al no considerar pasar por el Estado del Sol. Y menos después de ser electo. De hacerlo, lo hace porque corresponde con un vuelo con escala que cede la oportunidad de un photo-op.
El sur solito
Para las recientes elecciones de República Dominicana, la provincia de Azua contó con 173,212 empadronados; Barahona con 138,755; Bahoruco con 77,771; Independencia con 39,792 y Pedernales con 19,044 votantes. Pero hubo una abstención general en el país, que bordeó el 45% de los que tenían derecho al voto, lo más probable determinó que apenas 246,000 personas de las más de 448,574 que podían, se movilizaron a las urnas desde estas demarcaciones.
Más allá de los compromisos con los productores de la zona y los inversionistas que hacen sus cositas, este territorio no guarda ningún tipo de influencia sobre las decisiones importantes del país, ni en él se vislumbra un interés real de ser proyectado a su capacidad, a pesar de las intenciones y promesas que siempre se han mostrado y las recientes iniciativas. Para ello se requiere de una población mayor a la actual, capacitada en vastas especialidades que van desde servicio hasta cultura, activa política y socialmente, pero, sobre todo, que sea militante de su porvenir y esté consciente de ello. Pero no lo veo así. Distingo un escenario disperso en lo social y lo político. De abandono y si se quiere hasta de pensamiento emigrante. Y donde no hay quien le duela lo local, no tiene posibilidad de desarrollo, ni mucho menos poderío político.
Y es lo que veo en las intenciones de desarrollar esas tierras más allá de lo que ha mostrado ser posible hasta ahora, una ilusión de veinte años que solo puede ser posible gracias a una enorme dicha que aún no se presenta.
Astigmatismo o hipermetropía
Mi intención no es desmeritar u ofender de ninguna forma estos orgullosos centros de dominicanos, sino resaltar que como las similitudes de su detrimento político dependen de un axioma que las atan a condiciones que no controlan: la dispersión espacial, el espíritu de sus habitantes desterrarse y la percepción de que ambas colectividades parecieran portar poca resiliencia.
Si existe una fatiga de compasión es por parte de quienes aspiran a representarlas, ya que es en ellos donde no abunda el compromiso, la receptividad, el empeño y la entrega sobre sus causas.
Tres bolas y dos strikes
Paradójicamente utilice términos deportivos al iniciar este escrito, con el propósito de fijar la discusión en un lenguaje más llano que técnico. Uno que se aparta de lo aspiracional y fija la realidad de la lucha de inclusión y valoración como una con lo cual todo lector puede referenciarse. El ir al Estadio.
Los talentos ya no aseguran los espacios de liderazgo que antes lograban. Los partidos políticos y sus recursos son los que determinan quienes juegan en el hemiciclo donde se toman las decisiones. El que se nos regale o permita comprar taquillas para entrar al estadio, es otra cosa. Lo importante es que estando ya dentro, debes lograr agruparse junto a los que simpatizan por lo mismo que tú, y vociferar con ánimo las carreras que aspiramos se impulsen y los cuadrangulares que soñamos para nuestra comunidad.
Mientras no sea así, seguirán en las afueras de la Arena, sin saber bien quienes están jugando, anotando o animando a los jugadores que te representan.