Tenía semanas sin escribir. Y el deseo, les confío, no me faltaba. Pero a esperas de la puesta en circulación de mi libro “Diáspora y Desarrollo”, no quería salir a rebuscar temas, ni mucho menos restarle lustre a ese retoño. Por ello opté, no publicar. Más aún, escribir.
Sin embargo, hoy, pasadas unas semanas de que se hiciera esa presentación, y siendo domingo Día de los Padres en los Estados Unidos, resulta propicio regresar y compartirles un escrito acorde con la fecha y el cumplimiento del ideal de José Martí, para con todo hombre.
Aquellos que me conocen desde la infancia o la misma adolescencia, saben que tardé mucho, en aceptar mi condición de bi-cultural, a pesar de haber sido eso, desde el más antiguo recuerdo que guardo. Tanto era la indiferencia a ser identificado como tal, que nunca cedí a la nueva ciudadanía que podía corresponderme, vía la naturalización de mi Mamá, antes de que cumpliera los dieciocho. Desde niño, ser identificado como dominicano era cardinal para mí.
Guardé esa eventualidad, de ser ciudadano americano, hasta que ya como adulto, el serlo, no impedía mi nacionalidad y condición de dominicano. Pareciera una egoísta decisión, pero el privilegio que resultara del sacrificio de la abuela, solo lo acepté como permanente, cuando las exigencias de la “tarjeta de residencia”, y su impertinente logística de tener que ir y venir constantemente, por la presencia física que esta demandaba, podían ser aliviadas con solo asumir ese paso. Insensible acción, pero cierta.
A esa edad, ¿cómo podía yo entender su valor intrínseco? Entender el privilegio y sacrificio que había costado. Ni mucho menos como el significado de jurar por lo que entendía ser una bandera o cultura ajena, vendría permeado de valores impuestos y pareceres predeterminados. No obstante, acepto hoy, que haberlo hecho antes o después, por razones correctas o no, tampoco invalidaría la esencia de quien fui o terminé siendo. Esas acciones fueron las de un joven hombre en proceso de formación. Una acción más acorde con el desconocimiento de un adolescente, cuya identidad, personalidad y potencial trayectoria, aún estaban en transcurso hacia las de un adulto.
Hoy, soy mejor por ello. Coexisto como mejor dominicano y mejor americano, por los valores y orgullos encontrados de las dos culturas que han hecho de mí, un ciudadano, profesional, Papá, hijo, pareja y amigo, más rico y balanceado. Y es por ello que desde hace un puñado de años, orgullosamente clamo que, soy el producto de dos culturas. Un híbrido bi-cultural.
Sin embargo, y coincidencialmente en este momento de lucidez que estoy viviendo, hay otro componente, que no había asimilado en su justa dimensión, hasta que salí del receso y opté por escribir de nuevo. Después de un período de imperiosamente estar vociferando ser bi-cultural, he llegado a la realización de que lo cierto es que, eso es mentira. Que además de ser dominicano, criado en los Estados Unidos por no menos de la mitad de mis cumpleaños, hay otra nación que también llevo dentro. Una que ha estado atada a mí y a la nación dominicana, desde mucho antes de que ellos lograran su independencia.
Lo que una vez nos unió como indígenas, con Hatuey, como primer Rebelde de América, también nos adhirió en lucha, siglos más tarde, con la familia de la Mamá del Titán de Bronce, Antonio Maceo y el compromiso de José Martí y Máximo Gómez. Igual sucede con el son y el acento que compartimos con los de Oriente. Ambos pueblos, siempre han estado atado. Pero, a pesar de ello, los dominicanos de hoy día, y en especial aquellos que vivimos en los Estados Unidos, no hemos sabido apreciar el cariño que los cubanos guardan a los dominicanos.
Entre todas las mujeres que ayudaron a criarme, hubo un puñado de hombres de gran influencia. Algunos escogidos, otros impuestos, pero todos apreciados. Uno de ellos lo fue René Marino García. Un cubano y micro-empresario a quien conociera en sus treinta y tantos años, justo cuando la adolescencia me pedía una figura paterna más asequible. A René, siempre le llamé “Blood”. Un apodo que extrajera de los compañeros afro-americanos con los que compartía aulas de bachillerato, en el legendario Miami Senior High. Traducido desde el inglés, el pro-nombre hacía referencia al cariño y agradecimiento que aspiraría siempre a tenerle. “Blood”, de mi “sangre”.
René llegó a la vida de mi Mamá, para asegurarse de que las sombras ya no predominaran sobre su existencia y las nuestras. Y al poco tiempo, este noble trabajador y desprendido hombre de Puerto Padre, en Las Tunas de Cuba, se convirtió en mi padrastro, motivador y protector. Sin nunca pedir nada a cambio. Ni mucho menos querer superar la figura de mi padre biológico, que llevaba dentro. Haciéndolo tal como hacen los cubanos con los suyos. Porque les nace.
Me tomó un tiempo, pero tanto de él, como de los amigos cubanos de mi adolescencia, aprendí sobre la importancia de los valores democráticos y de cómo a pesar de haber tenido que quemar sus naves, ellos nunca dejaban de ser de su lugar de origen. Ellos seguían siendo cubanos.
A pesar de la escolaridad que recibí en aulas con textos en inglés, la aclamación de libertad y democracia que yo requería, la encontré en las vivencias de él, las cuales no podían ser descritas de otra forma que no fuera “en carne y hueso”. Por ello lamento hoy, que como adolescente renuente, ignoré durante larga época, esas lecciones. Pues desde el confort de saber que mis navíos no habían sido incinerados, no podía entonces, asimilar esa realidad. Yo tenía a donde regresar. Podía volver a mi casa de niñez y jugar con Efraín, Franklin, Junior, Cheíto y José Luis. Sin embargo, ellos no.
Las orientaciones llanas de Blood, siempre partieron de la importancia que representaba para él, el concepto familia, el amor al prójimo, el trabajo arduo, la democracia y sobre todo, lo importante que era velar por ella. Pues si descuidabas esta última, la Patria y todos los posibles futuros que venían con ella, podían perecer en un instante.
La nobleza que durante décadas Blood mostró hacia mí y los míos, es una muy particular en los cubanos hacia los suyos. La cofradía, el compromiso y la fraternidad. El ayudarse, protegerse y promoverse los unos con los otros, a pesar de diferencias políticas, religiosas, clasistas o sociales que tengan entre ellos. Esos son gestos únicos y dignos de ser reproducidos por toda diáspora.
Conforme guardo saber que, en sus vivencias y lecciones fue desde donde inicie la construcción del marco coherente y referencial de lo que porto en la solapa como los esbozos de justicia, de emprendimiento y libre expresión del pensamiento, como del amor real hacia la Patria y de la protección de los valores innatos que la representan. René Marino García, amante de nuestra música y cultura, procedente además, de la última de las Antillas en recibir su independencia, y la única en no poseerla al momento de mi nacimiento, ejercitó sus lecciones con la gallardía que caracteriza a un inmigrante forzado. Lo hizo sin llamar lamento o lastima a su condición de despatriado. Lo hizo siempre con altura. Con la voz en alto y el corazón blando. Tal como lo hizo otro cubano, llamado Martí, al llamar a todo hombre a cumplir con tres mandamientos antes de partir de esta vida.
A sembrar un árbol, como los que planté en las lomas del Cibao con el Plan Quisqueya Verde.
A tener hijos, como hice con Camila, Leandro, Alexander y Leamlly.
A escribir un libro, como he hecho con “Diáspora y Desarrollo” hace unas semanas.
Sé que si Blood estuviera aquí con nosotros hoy, y viera lo que estoy encaminando, estaría más que orgulloso. Y con ello, hasta hacerme pensar que estaría completo con mi admisión de sentirme un tri-cultural. Pero no. Consumado aún no puedo estar. Pues tampoco yo, como individuo, supe en vida apreciar a plenitud, la afición del padrastro que tuve en él. Y hasta que la libertad que él me enseñó no regrese a su amada Cuba, al cubano que me crió, aún le debo.
Lo que me enseñaste, ya viene llegando… Feliz Día de los Padres Blood.
Dr. Leonarda Duran Buike says:
Que hermosa historia y que maravilla leerla en este día tan especial. Gracias por compartirla con todos los que valoramos tu pluma.
Happy Fathers Day Rodolfo 🙏🏽
Rodolfo Pou says:
no encontré otra fecha mejor para recordarle y agradecerle… soy tri-cultural…
Gines Flowers says:
No le debes nada mi amigo, porque Blood fuè tu padre, si algo se pagara por lo que el hizo por ti, entonces no le debes porque saliste bueno.
Pero no dices que ha pasado con Renè tu Blood…
Rodolfo Pou says:
todos tenemos que eventualmente detenernos, para evaluar el recorrido y los actores que hicieron de el, uno posible… Blood falleció hace 3 años…