El inmigrante promedio en Estados Unidos, trabaja no menos de 12 horas al día y más de 68 a la semana, en los dos o más oficios que tiene. Por sus esfuerzos, promedia un pago de $10 a $12 por hora, prácticamente 30% menos que la media nacional.

Las diásporas siempre han tomado la ruta menos transitada. Incluso, aquella que, a pesar de ceder una dirección hacia lo nulo,para ellos y su ambición, el trazo representa el punto idóneo de partida. Comenzar desde cero. No menos cierto lo es para la nuestra, aquí en los Estados Unidos.

Desde que entablé mis “Conversaciones con la Diáspora”, hace poco menos de dos años, he interactuado de manera individual con docenas de dominicanos aquí en el Estado de la Florida. Creí en un momento poder llegar a una historia única. A una novela común entre ellos. Pero no ha sido así. Cada historiaque he escuchado, resulta ser una intensa e ilustrativaleyenda. Cada experiencia dictada desde sus labios, una gran enseñanza de perseverancia y voluntad.Todas, producto de las directrices de una imaginaria tabla de ouija emocional y mental, que solo pudo ser instruida por las necesidades del alma.

Me cuentan aquellos que se han atrevido a cruzar el Canal de la Mona que, esa trayectoria es un escenario aterrorizante y cruel. Que las olas, el cielo y los gritos de los demás, ponen a temblar al más guapo de los hombres de pelo en pecho. Y a las mujeres arraigadas, le cede los nombres de los Santos a quienes nunca le rezaron de cuando niño. Un cuadro que solo puede considerar tomar, una persona en penuria.

No menos aterrorizante lo es para el que llega en avión por primera vez. Ese nunca ha sentido prejuicio, racismo, caras de repudio ni palabras humillantes. Ese también llega azorado y atemorizado con latidos que le elevan el alma, advirtiéndole que no pertenece a esta tierra ajena, y que en el rostro se le ve que solo viene a ordeñarla. A ambos arribantes, les espera una ilusión semántica que requiere de trasnoches y abandono de vergüenza.

Todas iguales. Todas diferentes. Todas cerca del cero. Las he escuchado a fondo, en esto veinte meses que he interactuado. Y he encontrado en sus silabas cortadas, aproximaciones que muestran un eje central de elasticidad, de coraje y tenacidad. Que el dominicano en el extranjero, sin importar la nación en la que se encuentre, es flexible, creativo, de avanzada y se sabe adaptar. Por ende, determinando su congregación, como una Diáspora Resiliente.

Apegado a ese marco dictatorialmente transversal, los miembros de las diásporas dominicanas, a diferencia de otras, inician y terminan su agenda igual. Todos los criollos que arriban al sueño americano, al europeo o al que sea, sin importar de qué forma llegan, lo hacen dispuesto a iniciar desde cero, pero sin quemar las naves. Entienden y aceptan por igual que, ese punto de partida es más un privilegio, que una condena. Pues va muy acorde con nosotros como etnia. En el país y aquí fuera, a los dominicanos se le caracteriza, por no tenerle miedo al trabajo, ni vergüenza a la humillación de la cual podamos ser víctimas. Aptos para enfrentar con una sonrisa y en cofradía, los retos y desagravios, no menos deprimentes, a los que había dejado atrás.

A todo lo que hacemos, le ponemos el empeño del orgullo y sobresalimos por hacerlo. Nuestra diáspora es una hambrienta por oportunidades y lista para cuando se presentan. Producto de la creatividad que permite la necesidad, los criollos en el extranjero trascienden más rápido que los demás, porque tienen coraje, están listo para la congruencia, cuando esta presenta y no le tienen miedo a nada. Aquí no llegamos a buscar ayuda o que nos ayude mucho. El dominicano llega consciente de que el único quien debe ser ayudado, es al familiar que dejó en su país o a su mismo pueblo o campo.

Mis más recientes visitas al centro del Estado del Sol me han confirmado que tanto allí como en el Sur de la Florida, las comunidades criollas siguen desarrollándose extraordinariamente. Tanto peluqueras como mecánicos; gerentes como bodegueros; médicos como beisbolistas; policías como cancioneros; periodistas como camareras, se ven representados por criollos emprendedores, serios y dignos de hacernos sentir orgullosos. Ya no es solo en Miami y sus ciudades aledañas, que evidenciamos una diáspora fuerte y vibrante. En Orlando y Kissimmee también se está tejiendo la membrana de esta nación americana, a través de los esfuerzos de valiosos profesionales, técnicos y laboriosos criollos de primera y segunda generación, y otros más que se han unido a ella, luego del paso el Huracán María, por Puerto Rico.

Cuando se trata de familia y la posibilidad de recompensas sobre sacrificios, ahí los dominicanos estamos siempre de primero, aunque sea desde cero. Arando como toro en terreno fértil. Pesado de carga pero ligero de empuje. Donde solo los peñones que representan el vivir fuera, entorpecen la cuña que agrieta la tierra ajena.

El inmigrante promedio en Estados Unidos, trabaja no menos de 12 horas al día y más de 68 a la semana, en los dos o más oficios que tiene. Por sus esfuerzos, promedia un pago de $10 a $12 por hora, prácticamente 30% menos que la media nacional. El que le confiese que le va mejor de ahí, es porque está capacitado o es profesional de un área específica. Es decir, trabaja en su carrera. Pero agotado ese periodo, ya cuando los dominicanos se hacen expertos en alguna rama, entonces es que los frutos financieros comienzan a relucir.

Eso lo logra afrontando todo, como se le caracteriza. Los horarios difíciles no les asusta. Ya esté atrasado en sueño o deudas, limitado por recursos, idioma, preparación o distancia, esos apuros tampoco espantan a los dominicanos en el exterior. Las empresas de valía en los Estados Unidos, saben que con los dominicanos se puede contar. Con su creatividad, su astucia, su alegría y su versatilidad. Es parte de nuestra “Marca País”.

Aquí, cuando hablamos en “spanglish”, a la patria le llamamos D.R. (di-arr). Las siglas de Dominican Republic. Sin embargo, las mismas se prestan para definirnos mejor aún. D.R. son las siglas de una Diáspora Resiliente. Esa que, una vez prefirió llamarse exilio, a pesar de estar activa en las escrituras de la historia de su país. Esa que siempre ha estado económica y políticamente presente. Su activismo comunitario y lo valiosamente representativas remesas, le ha asegurado el derecho al sufragio electoral desde aquí. Y con ello, la representación legislativa, como toda otra circunscripción de la nación dominicana.

Nuestras diásporas en el extranjero son de tanta importancia económica y política que, desde ella se han lanzado y se siguen proyectando candidaturas políticas. Pues, el que aspira a dirigir la nación tricolor, sabe que debe visitar nuestras ciudades y nuestras comunidades aquí en el extranjero. Y hacerlo frecuentemente. Creer que las diásporas no son una provincia extendida de la media isla, es fracasar en el intento de aspirar a dirigirla. Los dos visionarios J.B. para muestra. Ambos estaban viviendo aquí, antes de regresar a asumirla.

Pero en algo en el cual no pueden contar con nosotros, las empresas que nos emplean ni este país que habitamos,es que no traemos la mente con el cuerpo. Eso sí que no. La Noche y vivir en el extranjero, es bueno para reconciliar los sueños. Y luego de agotar una vida en este nuevo territorio, a pesar de todas las comodidades, oportunidades y demás, sin mermar y aún resiliente, al final de la jornada, todos los dominicanos están dispuestos a dejarlo todo atrás y regresar a la Patria. Ese cierre, es el más valioso de los comunes denominadores que he encontrado en mis conversaciones. Confirma el DR-RD. Una Diáspora Resiliente que Regresa a Dominicana. Uno. Dos. Tres.