CONVERSACIONES CON LA DIÁSPORA -Comencemos a escuchar a la Diáspora, por qué estoy seguro de que la Nación que ellos sueñan, aún existe.

Esta semana sigo con los compatriotas del Norte. Desde el sector de Queens, en el mismo Nueva York, me senté con la simpática odontóloga Sobeyda De la Cruz, hoy gerente de una de las empresas tradicionales de los Estados Unidos, Sears. Tiene más de dos décadas residiendo en el país, con breves interrupciones y aunque a lo largo de nuestra conversación conoces de una persona muy de la urbe, nos sorprende con sus inicios, confiándonos que vivió sus primeros añitos en San Juan de la Maguana.

La conversación parte desde la isla. Recuerda como su infancia de pueblo, fue una de privilegios, abundancia y sobre todo de valores. Siendo hija, junto a dos otras hembras y un varón, del Director del Banco Agrícola de la Región, facilitó el que su niñez fuera una especial y rica en recuerdos, aunque evoca pocos detalles de ese periodo. Ahí viviría hasta los 6. Luego se trasladarían a la Capital, donde dice estar identificada con la ciudad completa. Pues desde Gazcue a la Arboleda y los Robles, nos cuenta jocosamente, como habitó “todos los Ensanches y Urbanizaciones.” Cerrando la idea, me asegura, “soy más capitaleña que muchos”, recitándolo con una sonrisa en la cara.

Ya en la Capital, ve sus años en el Santa Teresita, como unos de gran formación y apoyo. Allí la sociable niña, definiría sus estudios posteriores y conocería amistades que se mantendrían en su vida hasta hoy, y que, en momentos de necesitarlas, siempre dijeron presente. Y es ahí, donde la conversación pasa de la sonrisa a la tristeza. Pues siente la necesidad de resaltar lo importante que es “valorar los momentos cotidianos con seres queridos”. Entonces brincamos a territorio privado, cual me agrega que quiere compartir, a pesar de lo delicado del tema. Me deja conocer que, a sus doce añitos, a su familia le cambia la vida de un momento a otro. Ahí inicia el relato, sin detalles, de cómo pierde a su único hermano, en un accidente. La hermana menor se conmueve y deja escapar calladamente bajo su aliento, pero mirándome a los ojos, “nunca pudimos sobrepasar ese evento. A Papi aún se le nota. Aunque productivo, nunca volvió a ser el mismo hombre. Y Mami quien falleció hace poquito, murió sin superarlo.”

Pude identificarme. Pues mi abuela también perdió un hijo a destiempo. Y aunque ha seguido viviendo, uno sabe que ya jamás serán las mismas personas. No es naturaleza humana, el enterrar a sus hijos.

Para aligerar el aire, desvío la plática a sus años de juventud y sus experiencias en los “Rock-Times” y Clubes Nocturnos de Santo Domingo de entonces, pues su alegre parecer me transmitía que ella había gozado de esa lozanía de los ochenta tardíos y principio de los noventa. Parte de esa juventud que veía al Malecón como el Centro del Mundo. Y sonriendo con la gracia que la caracteriza, me dice “ay mi hijo, esos días de Bella Blu, no los olvido”. Y ambos sabemos a qué se refiere. Hoy a ese periodo le llamamos la Época de Oro del Merengue. Pero en realidad lo fue para todos los capitaleños. Aun éramos inocentes. Hacíamos “Bar Hopping” cuando el termino aun no existía. Matábamos el hambre con un Chimi a las 3 de la mañana y esperábamos el Sol en “La Flecha”, sin miedo de que nada pasara entre el gozo y el camino a la casa.

Nos reímos ambos y le pregunto sobre su experiencia universitaria, y es ahí donde aprendo que se había graduado de odontología de la UNPHU, mi Alma Mater. Saliendo de allí, como emprendedora que siempre se ha considerado, me dice que ya graduada, comienza a trabajar en UNIBE, Salud Pública y hasta arma su propio consultorio. Una época profesional y fructífera que no presenta detenimiento. Todo marcha bien en la vida de Sobeyda.

De ese mundo de buenaventura e inocencia, dice ver como rápido pasamos a uno de “ilusión”. Termino que continuara utilizando de manera negativa, a lo largo del resto del intercambio. De la Cruz siempre tuvo otras referencias, a pesar de que siempre amaba más la de su patria, desde niña viajaba y sabía cómo eran los Estados Unidos. Y aunque nunca lo consideró como posible, la inesperada y escalante zozobra de apagones, las insoportables filas para combustible y un consultorio que ya requería de atención mecánica con una planta eléctrica que no daba más, a la joven profesional le llega el gusanito a la mente, y ahí comienza a optar por esas otras referencias. Desmoralizada y sin la documentación debida, la chiquilla de San Juan y joven de la Capital, decide venirse a “los países”, contando con las amistades que tenía aquí. Cada uno llega a su propio detonante. Algunos nunca reaccionan a él. Muchos ni tienen el modo para considerarlo. Y el resto lo ven como una ilusión.

Llegando, se acerca a una colega y comienza a impartir su conocimiento de manera encubierta. Pero esa opción se convertiría en una carga ética y contraproducente a su retiro, por lo cual opta en abandonarla poco después. Con decepción, pero con orgullo, me cede lo difícil que es para un profesional educado fuera de este país, poder practicar aquí. Hay que prácticamente regresar a la Universidad.

Y así de fácil como se fue, comienza a planificar su regreso a la Patria. El mismo se ve acelerado por el quebranto de su Mamá. Y ahí la primera lección de su país querido. La nación a la que llega, una vestida de novedad por todos lados, no es ni la que se crio, ni la que abandonó.

A pesar de que las relaciones siempre han movido las cosas en nuestra dominicana, lo cierto era que la modernidad no había podido soterrar ese mal. “Una llamada sobrepasa los derechos básicos de cada uno de nosotros”, me dice de manera impotente. Para ayudar a complementar las faltas del sistema de seguro médico, Sobeyda tendría que recurrir al gobierno para ayudar a compensar esa falta, que era determinante para la vida de su Madre. Pero ya estable su Mamá, entiende que debe regresar a NY.

Sobeyda duraría 10 años en el Norte. Y ninguno de ellos, tratando de ejercer su profesión. Se asienta a lo largo de esa década, como hacen todos los miembros de todas las diásporas de cualquier nación. Se adaptan, aceptan su realidad y se convierten en parte del caldo mixto que es “América”.

Pero como siempre le sucede. El gusanito se le sale y el delirio de volver a la Patria comienza a tomar forma. Se prepara para su regreso triunfal, el cual, para sorpresa suya, vendría acompañado de un desfile de bienvenida. Uno compuesto por Médicos en huelga, quejas de todos los ángulos, acompañados de menos luz que cuando estuvo allí, su última vez. Ahí la otra lección. Las cosas parecen nunca cambiar. No creo que sea necesario tener que aclarar, que su estadía sería más breve que la previa.

Hoy, como señalé al inicio, es gerente de Sears y aunque no lo visualiza aún, me asegura que el regresar a la odontología, no es algo que ha descartado. Sus años en Nueva York han sido ideales, pero no los que ella hubiese querido. Ella es la típica esperanzada dominicana que, a pesar de recibir malas experiencias, reclamar mayor equidad sin recibirla y no entender porque no hay más educación cívica en la patria, siempre deja abierta la posibilidad de que su país, no la defraude. Lo que en una época fueron intereses personales por lo que se preocupaba y clamaba, hoy estos quedan a un lado. Ella está más interesada en ver la modernidad, las oportunidades y los derechos, llegar a todos sus compatriotas. Dice que no podemos seguir así. Es optimista de que en un futuro no muy lejos, lleguemos a un lugar donde nadie tenga que recurrir a relaciones, para lograr que las cosas se hagan.

Aunque está muy joven para considerar su retiro, quisiera ver más opciones a favor del regreso de los “de fuera”, antes de evaluarlo. Finaliza enfatizando de manera efusiva pero firme, que “de una vez y por toda, quisiera ver a los dominicanos de todas las clases, abandonar ese mundo de ilusiones vanas y falsas en el que viven.”

Terminando nuestra conversación, le aseguré que la nación que ella sueña, aún existe.
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